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En la recopilación de textos legales de todo ese siglo XIX y hasta ya entrado el siglo XX, no me ha sido posible encontrar otros prin– cipios, que pudieran influir sobre el problema o la marcha de las len– guas aborígenes y el castellano. No se encuentra ninguna disposición que imponga o valore las lenguas nativas, aunque tampoco se dice nada en contra de ellas; cosa que lamentablemente sí se dio en alguna de las naciones hermanas de Hispanoamérica. La restauración de las Misiones, siempre recordada y urgida como un deber nacional a todo lo largo del siglo XIX no pasó de ensayos efímeros. De modo que si de las zonas antiguamente misionales, no hay nada que informar, menos aún podremos encontrar fuera de ellas. Así tenemos que todo lo ocurrido durante ese siglo XIX o más exactamente desde el año 1824 al año 1924, en el orden lingüístico ( avance del castellano y retroceso y hasta desaparición de varias len– guas indígenas) fue consecuencia del mayor mestizaje biológico, de la desaparición legal de razas y castas, de la agitada y belicosa vida política, del descenso demográfico, deterioro de las instituciones cul– turales y demás concomitancias. Haciendo algunas pocas salvedades, se puede afirmar que las lenguas indígenas que pervivieron, deben su salvación a la marginalidad y a las dificultades para la comunica– ción del centro con las tierras en que vivían sus hablantes. Con todo y a pesar de lo dicho, ese siglo no es un vacío completo o un desierto sin oasis; caminando con cuidado y mirando a uno y otro lado vemos algunas palmeras solitarias y algún pequeño palmar con bellos racimos. Quiero decir que hubo filólogos e indófilos, que, estudiando los libros o los manuscritos y a veces en contacto con peque– ños grupos de indios aún hablantes de sus idiomas, se dieron a la tarea de divulgar lo que iban descubriendo y recogiendo. También hubo quienes hicieron expresamente viajes del centro a las zonas margi– nales y los hubo que vinieron de otras naciones a estudiar grupos indí– genas igual que estudiaron la geografía, la flora, la fauna y tantas cosas más. A todos ellos hay que añadir los filólogos, que en la enton– ces Guayana Inglesa, en el Brasil y en Colombia estudiaron aquellos grupos indígenas, que viven en uno y otro lado de las fronteras polí– ticas, para ello's desconocidas hasta hace poco tiempo. Dejo aquí, por consiguiente, memoria agradecida para todos y cada uno de esos hombres, que durante esos 100 años miraron con -40-
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