BCCCAP00000000000000000001775

P. José Gumilla le corresponde el premio de primer clasificador de las lenguas habladas en el Orinoco; posterior a él, pero superándolo, está el P. Felipe Salvador Gilii, el mayor panegirista de las lenguas indígenas venezolanas y el mayor recolector de creaciones literarias (entre ellas, todos recordamos la leyenda de Amalivaca, reprodu– cida en mosaico al pie de las torres del Silencio) . Y aquí les dejo la información de que literatura indígena, aunque fragmentaria, se encuen– tra en Carabantes, Tauste, Yangües, Ruiz Blanco, Caulín, Gumilla, Rivera y otros, de los cuales también estamos haciendo la recolección. Les diré que de manera similar a como los mineros recolectan en Guayana oro y diamantes con batea y suruca. De los informes, que aquellos misioneros nos dejaron en sus escritos, se han ido extrayendo palabras para los diccionarios y datos para la etnografía (ahí tenemos a Lisandro Alvarado); Hervás y Pan– duro y Guillermo Humboldt, entre los antiguos, y Antonio Tovar entre los modernos, han aprovechado para teorías de lingüística gene– ral; pero de los datos literarios apenas si han hecho caso nuestros escritores. Y sin embargo, deberían hacerlo. Sabemos que cuatro ver– sos apenas, oídos por Lope de Vega a un carretero, que rompía el silencio de la noche por la carretera de Alba de Tormes a Salamanca, bastaron para una obra de teatro; y el episodio del loro de Atauripa en los saltos de Atures, referido por A. de Humboldt, bastó para inspirar una balada al poeta Schiller ( 8) . De todo lo dicho hasta aquí, que no pasa de ser un brevísimo resumen, se podría pensar que, por lo mismo que los misioneros estu– diaron y cultivaron tanto las lenguas indígenas y porque las áreas misio– nales formaban un coto aparte, vedado a los españoles y regido por leyes excepcionales, la enseñanza y la expansión del Castellano bri– llaron por su ausencia. La verdad es muy distinta. ¿Por qué? Porque las Cédulas Reales, los Concilios y los Sínodos y demás ordenanzas menores también urgían la creación de escuelas de doctrina, de leer y escribir, de castellano, de labores y artes manuales en las Misiones. Además de que tal cosa surgía espontánea de las iniciativas de los misioneros, que iban más allá de la legislación en varios ramos pro– pios de las escuelas rurales: tales como agricultura, ganadería, alba– ñilería, herrería, telares, música instrumental, etc. Y quienes tenemos experiencia de lo despiertos que son los indios y lo deseosos de apren– der todo lo que ven interesante, atestiguamos que siempre han demos- -36-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz