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59 Hay en muchos de los mts1oneros otra causa más, que los impulsó al estudio de las lenguas indígenas: "cierta aspiración rena– centista de conocimiento humano" y aún diríamos más acertadamente, aquella curiosidad natural en todo hombre de conocer cosas nuevas, que en los msioneros se unía al amor que les ponían a los indios y a todas sus cosas. "Con la llave maestra de la lengua había que penetrar en ese mundo misterioso y temible de los indios, conocer sus costumbres, comprender su mentalidad, descifrar sus sentimientos y pensamien– tos, descubrir su historia, su vida". Y todo esto, "para comprender mejor al indio, para facilitar su catequización, para combatir sus ritos supersticiosos y descubrir si estas se ocultaban disimuladamente detrás de una aparente cristianización." (A. Rosenblat, Los Conq. y su Lengua, pág. 107). Partiendo de estas bases y acicateados por estos estímulos aquellos nuestros antiguos misioneros no se quedaron en el aprendizaje de un vademecum o de un interrogatorio catequístico. De algunos de ellos y en algunas zonas de muchos, se puede decir lo que se escribió de los misioneros de Méjico: que hasta tradujeron Evangelios, Epístolas, los Proverbios, el Eclesiastés, el Kempis y llevaron los areitos para ser cantados en las iglesias y compusieron autos sacramentales al estilo de los clásicos españoles. Y todo esto era en la línea de llevades a los indios algo más que los rudimentos de la fe. Y de ahí también lo mucho, que nos trajeron para verterlo en el caudal de nuestros cono– cimientos. Ellos supieron transcribir y explicar palabras indígenas, que fluyeron al español; describieron los utensilios, las artes y las costum– bres de los pueblos indios; y en varios casos, recogieron sus ideologías y las motivaciones de sus costumbres, reflejadas en creaciones litera– rias, aunque meramente orales. Obligado a señalar premios a los más notables entre los m1s10- neros lingüistas, mi veredicto sería el siguiente: premio al primer texto en el kumanagoto al P. José de Carabantes, quien escribió y presentó ante el Santo Padre el papa Alejandro VII (año 1666) una Carta de Obediencia de cinco Caciques; el premio por la primera Gramática, hay que dividirlo entre el P. Pelleprat, misionero jesuíta en la zona de Maturín, y el P. Francisco de Tauste, misionero de Cumaná; al -35-
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