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fue ciertamente la causa de que el Castellano siguiera exí:endiéndose como la mancha de aceite y de que muchas Lenguas Indígenas se ex– tinguieran, pero sí fue esa su intención. Dice así en su epígrafe: "Para que en los Reinos de las Indias, Islas Adyacentes y Filipinas, se pongan en práctica y se observen los medios que se refieren y ha propuesto el Arzobispo de México, a fin de conseguir que se destierren los diferentes idiomas, que se usan en aquellos dominios y sólo se hable el castella– no." Es bastante extensa y aduce una serie de razones, que aún hoy muchos esgrimen desde sus escritorios, buscando la unidad y la como– didad de los burócratas y de los gobernantes por encima de todos los demás bienes. Y es aquí donde RosENBLAT enjuicia ambas Cédulas, la de Fe– lipe II y esta de Carlos III con estas breves y muy certeras palabras: "El absolutismo, representado por Felipe II, había sido liberal en ma– teria de lengua: No parece conveniente apremiarlos a que dejen su lengua natural. El liberalismo, representado por Carlos III, era absolu– tista en materia de lengua: Que se extingan los diferentes idiomas y que sólo se hable el castellano. Los ideales de la ilustración imponían a los indios, con todo rigor, las luces de la lengua española. Es el triunfo de los juristas contra los teólogos. Frente a la vieja actitud mi– sionera, catequizadora, se abrían paso a los imperativos políticos del Estado. Y se enunciaban como una aspiración de unidad: un peso, una medida, una moneda, una lengua." (A. Rosenblat Los Conquistadores y su Lengua, Caracas, 1977, pág. 126). Aquello de Nebrija ("la lengua siempre fue compañera del im– perio") , como expresión de un hecho histórico es relativamente cierto, pero como formulación de una ley coercitiva siempre fue y será un fracaso. Las lenguas ni nacen ni mueren por decreto. Ayudan las escue– las o su falta, el acceso o el rechazo para los cargos públicos. Pero hay otros medios mucho más poderosos, que no escaparon a la perspicacia de personas, que tuvieron que ocuparse de ese asunto o lo estudiaron a posteriori. En mis lecturas, que hacen al caso, me tropecé con dos escri– tos, de los que quiero ofrecerles las ideas más sobresalientes. Escribió así el primero, Tomás López, Oidor en la Audiencia de Guatemala en fecha para nosotros ya tan lejana como el 25 de marzo de 1551: -28-
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