BCCCAP00000000000000000001773
Los indios que acompafiaban al civilizado, aunque aparentemente se mostraban valientes, pero en realidad iban llenos de miedo. Apenas se supo la llegada de Chankón a Luepa, las vecinas rancherías se despoblaron para venir a verle, y aun de lejanas llegaban algunos con el mismo objeto. Cada uno daba su opinión según su propio criterio. Unos eran de parecer que se le tuviese trabajando en la Misión y que no se le soltase; otros que se le mandase preso a Ciudad Bolívar o a otro lugar lejano para que no pudiese regresar; y otros, menos compasivos y más crueles, sostenían que se le debía matar, único medio de evitar tantas enfermedades y muertes. El Superior oía y callaba, resolviendo por fin que se quedase trabajando en Luepa, no como castigo, pues no se le podía achacar ningún crimen verdadero, sino más bien para pacificar los ánimos y para remediar en algo sus necesidades y mucha pobreza. Alrededor de un mes estuvo trabajando, o haciendo que trabajaba, en la limpieza de un conuquito que tenía la Misión junto a la casa; bien comido y bien vestido, ninguna vigilancia tuvo en el trabajo. Yo tuve algunas entrevistas con él; lo llevé varias veces a la capilla para catequizarlo y persuadirle que se bautizase; pero se mostró renuente. Le preguntó su realmente era Kanaima y me contestó: "¿Cómo voy yo a matar a los indios que son mis parientes?, yo mato venados, dantos, lapas, etc.". No habiendo sido convencidos de ningún crimen verdadero y comproba– do, se resolvió enviarlo de nuevo a su rancho. Tanto a él como a una de sus hijitas que le acompafiaba, se les dio, más como regalo que como recompensa de su trabajo, pues apenas había hecho cosa de importancia, lo que se creyó les era más necesario; pero no por eso quedó contento, sino que pedía una escopeta, munición, machete, cuchillo, etc.; y como no se pudieron satisfacer sus exigen– cias, se fue malhumorado y mohíno, llamando mezquinos a los misioneros (es achaque común de los indios no quedar nunca contentos con lo que se les da). Ya nuevamente en su rancho, comenzó de nuevo a ser el terror de los indígenas, y a él le siguieron atribuyendo todas las muertes y desgracias. Nosotros, sin embargo, nunca creíamos en nada de eso, antes bien lo considerábamos como un indio pacífico, que le gustaba la soledad y no meterse con nadie. Pero los indios del Roraima quisieron acabar con esa pesadilla y poner término a tantos males; y con ese objeto, armados de escopetas y en plan de cacería, se fueron a la casa del Chankón. Su intención era acabar con él y sólo con él, pero encontrándose allí también sus dos hijas suyas y un nietecito, a todos dieron alevosa muerte, creyendo que así quedaba extinguida totalmente la estirpe de los Kanaimas. 166
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz