BCCCAP00000000000000000001773

arco con sus flechas, una cafia de pescar, algunas hojas de tabaco para alimentar la pipa o cachimbo y con el humo ahuyentar la plaga de mosquitos. El alimento cuotidiano se lo proporcionaba su conuquito, su cafia de pes– car y su arco y cervatana. Habíavenido asus manos una camisay un pantalón, algún tanto viejos, que se los ponía si alguna vez visitaba a los indios de las lejanas rancherías, pues cerca no las había. En el rancho, en su conuco, cuando iba de pesca y caza le bastaba un taparrabos, ya que el pantalón y camisa los consideraba como un estorbo, asegurando que el vestido con que viene uno al mundo es el más durable y cómodo, especialmente c~ando ya está curtido como curtido lo tenía él. Este indígena, de mediana estatura, indio como los demás indios de pies a cabeza, n9 era de aspecto feroz, sino más bien receloso y retraído; aunque no existe partidade nacimiento, ni fe de bautismo, que acredite su edad, pudiéramos echarle sus 65 afios. Rara vez visitaba las rancherías de los otros indios, si bien en algunas ocasiones aceptaba las invitaciones para asistir a algún gran cachirí. Era poco hablador, pero cuando el vapor del cachirí se le subía al cerebro, era parlanchín y dicharachero, pronunciando palabras misteriosas y de doble sentido, que dejaba muy rec~losos a sus oyentes. Según el testimonio de los mismos indios, no se sabía por qué camino iba ni por qué camino regresaba; andaba siempre fuera de camino. Pues bien, este indio, de apariencia y vida tan sencilla, era, como dejamos dicho, el terror de los de su raza y más temido cuanto más distanciado; y ni Atila ni el tirano Aguirre causaron tanto terror y miedo a sus conterráneos, imaginán– dose su presencia en cualquier hecho impresionante: un ruido algo misterioso, una rama que se caíade un árbol, porque ya no podía sostenerse en él; las sombras de los árboles mecidos por el viento en tiempo de luna; el graznido de un ave nocturna, cualquier susto o cosa inesperada... hadasalir a flor de labios, como por encanto, el nombre de Chankón, y detrás de todo eso había de estar él, el Kanaima, para causarles algún mal, del que había de seguirse, como consecuen– cia, el más terrible: la muerte. Por eso le habían puesto por apellido Yeryare uen{n, que quiere decir, el que mata con palo o garrote, modo típico de quitar la vida los Kanaimas. Chankón en Luepa.-Corría el afio 1942, si la memoria no me falla. Tanto era lo que los indios hablaban de Chankón, tantas sus fechorías y tantos sus crímenes -aunque nosotros todo eso lo poníamos en tela de juicio-- que para acallar todos esos dimes_y diretes, el Superior de Luepa, R P. Quintiliano de Zurita, mandó a uno. de los empleados, criollo, con algunos indios que lo respaldasen, que, no con violencia sino de buenas maneras, fuesen a aconsejarle que viniese a la Casa-Misión. Al principio se resistía, pero después considerando que esto podía traerle algún provecho, consintió en venir. 165

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz