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- Vamos a cargar las escopetas y yo iré con vosotros a matarlos -les contestó el Padre-; no tengan miedo. Preparadas las armas, salieron, salieron hacia el lugar de los acontecimien– tos. El misionero les preguntó: - ¿Quién fue el que los vio y en dónde? - El que los vio fue Fernando y en el camino que va a la fuente donde se coge el agua. Llaman a l<ernando. ¿Tú viste a Kanaima? - Yo no, fue Juan Fermín (por sobrenombre Tamuyén). - Vamos a casa de Juan Fermín. Llamaron a Juan Fermín, que ya estaba durmiendo, y salió restregándose los ojos. -¿Tú viste a los Kanaimas? - Yo no he visto nada. Entonces, ¿quién los vio? Nadie sabía dar razón y lo único que contestaron fue: Como nosotros éramos muchos, ellos huyeron. Sí, huyeron -les replicó el P. Víctor- Así son todos vuestros Kanaimas. E/Misionero, ¿Kanaima?.-Así lo cuenta el doctor Simpson en su obra "Los indios Kamarakotos". Empieza diciendo: "No es que yo crea la anécdota que voy a contar, pues me parece completamente inverosímil el acto presunto del sacerdote, pero la repito porque los Kamarakotos la tienen por verídica y porque arroja un poco más de luz sobre este temasombrío. Dijéronme que un misionero residente en una tribu vecina mandó cierto día a un indiecito a un conuco aislado en la selva, y después se fue él mismo por un atajo, escondiéndose cerca del conuco. Cuando llegó el muchacho, el sacerdote gritó desde su escondite. Fue una agresión mortal, actuando el misionero como Kanaima. El muchacho llegó despavorido a su casa, se acostó en el chinchorro, subióle la fiebre y estaba a las puertas de la muerte, cuando el sacerdote se decidió a confesar su falta, salvándose libre ya de la influencia maléfica". ¡Así se describe la historia, así lo cuenta!, pero no fue así y esto nadie lo sabe mejor que yo. No creemos haya malicia en este relato, aunque el autor, según se ve en sus escritos, cree poco o nada en Dios y en el diablo. El caso fue de esta manera: 162
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