BCCCAP00000000000000000001773

De manera que estas tres causas: los relatos de las luchas sangrientas, tal vez no muy pretéritas; la gran imaginación y la timidez innata del indio; y algunos pocos casos reales de ataques a traición, han venido a crear ese fantasma del Kanaima, que obsesiona a los indios y del cual difícilmente se verán libres en mucho tiempo. Al tratar de este asunto, sin querer nos viene a las mientes la historia de aquel primer fratricida, a quien no bastó la promesa de Dios de que no moriría de muerte alevosa, pues vivió errante y prófugo sobre la tierra, perseguido por la voz de la sangre. Y aunque dijimos al principio que los indios están aferradísimos a la idea del Kanaima, es de esperar que poco a poco la irán abandonando, pues si antiguamente fueron alevosos y sanguinarios en su venganza, ahora redimidos ya de su barbarismo, tienen derecho a gozar de la paz prometida a los hombres de buena voluntad. Para convencer a los indios, y a los que esto leyeren, de las ideas aquí expuestas, vamos a referir algunos hechos que conocemos a ciencia cierta. En cierta o.casión un Misionero, que estaba inspeccionando la agricultura, pensando precisamente en este asunto del Kanaima, trataba de remedar el silbido que le atribuyen los indios con tal acierto y con tan mala fortuna que un indio, que por acaso había ido a buscar agua, soltando la camaza echó a correr como un gamo, y llorando a grito pelado se metió en el chinchorro tiritando de fiebre. Unos viajeros, acampados junto al salto de Kamá, y que venían acompafia– dos de indios, por ociosidad se les ocurrió gritar Kanaima, Kanaima; y después, por más que trataron de persuadir a los indios que había sido una broma, no les fue posible, pues los indios aseguraban haberlo visto y se pasaron el resto de la noche en penosa vigilia. Hace algunos afios allá en Akurimá vivían dos indios, llamados Joaquín y Alberto; el primero, que tenía consigo muy malos antecedentes, pues con otros compafieros había dado muerte a tres civilizados mientras estaban durmiendo, quiso vengarse del segundo, con quien había tenido un fuerte altercado. Con este fin púsose el vestido con "1e lo echó su madre al mundo, se lo embadurnó bien con onoto y otros menjurjes y con esta extrafia figura se le presentó en el conuco. Pero estavez no le valió lakaimanada, pues el compafiero lo reconoció y muy lejos de asustarse le cayó a palos; de modo que yendo por lana, volvió cardado y, con las espaldas más rojas que el onoto, corrió a ocultar su triste suerte. Los mismos indios a quienes es más fácil dejar correr la imaginación para crear un cuento, que atar los cabos de varios hechos e ideas para formar un raciocinio, tienen en su folklore esta narración sumamente significativa: 139

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz