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818 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ puede olvidar que, para algunas personas y movimientos, el único valor que da sentido al planteamiento ecológico es la fe, que ha de implicar una aper tura a lo interreligioso. El Papa lo poní a de relieve en la encí clica Laudato si’: “La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto deberí a provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los lí mites de su propio lenguaje, y la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en abso lutización del propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los proble mas del medio ambiente” (LS 201). Y si esto es así , para aquellos que pertenecen a la comunidad cristiana, el significado último se encuentra en el convencimiento de que Dios está con nosotros en Jesús de Nazaret y en la gracia del Espfritu Santo; lo que lleva a intuir que una teologí a cristiana que tenga en cuenta lo ecológico —como lugar teológico— habrá de evidenciar la í ntima relación entre la fe del propio Jesús y el empeño ecológico. Algo que se convierte en un verdadero reto. Lo ecológico necesita encontrar su puesto de comprensión cristiana que, necesariamente, habrá de ser configurado a partir de la conversión ecológica o, si queremos, de una ascesis ecológica. Así lo poní a también de relieve el Papa: “La gran riqueza de la espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos de experiencias personales y comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de renovar la humanidad. Quiero proponer a los cristianos algunas lí neas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pen sar, sentir y vivir. No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes solo con doctrinas sin una mí stica que nos anime, sin «unos móviles interio res que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y co munitaria»fl.~jJ. Tenemós que reconocer que no siempre los cristianos hemos recogido y desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de la natu raleza o de las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea” (LS 216). Una respuesta desde la fe a la crisis ecológica; una profundización e in tento de reinterpretación a la luz de los problemas actuales que estamos constatando, pero asumiendo que el tema serí a igual de importante de no

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