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816 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ ¡Ay de aquellos que morirán en pecados mortales!: bienaventurados aquellos que encontrará en tu santí sima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal. Y no se puede olvidar que para Francisco la muerte es la conclusión na tural y lógica de la vida. Y, además, es algo querido por Dios. De esta mane ra, aquello que no es, aquello que solemos apartar de nuestra vida, de lo que no se quiere hablar, ha de ser integrado en el misterio total de la vida y de la identidad humana, reconciliando así al hombre con su destino y proclaman do el valor oculto de la propia muerte como hermana. Vivirlo de esta mane ra supone abrir una puerta a la esperanza, alterar la dinámica del mundo. Es cierto que el canto de la vida sufre una trágica interrupción, pues pa reciera que con la muerte todo pierde sentido. Ese cuerpo que representa la maravilla del universo sensible, capaz de moverse, correr, ver, oir, respirar y cantar —en un instante— se vuelve inmóvil, blanco, sujeto a la corrupción. Aquello que ha surgido del polvo regresa a é. Y, además, no puede llevar nada consigo, porque ya no tienen nada. Es el fin del que ningún ser vivien te puede escapar y al que todos los hombres están sujetos. En este sentido, como afirma AndréVauchez, “el mayor tí tulo de gloria al Creador no serí a el de haber creado el mundo, sino el de haber liberado a la humanidad del pecado y de la segunda muerte, expresión tomada de Ap 2,11 y que remite a la muerte eterna, distinta de la muerte temporal que solo es un paso45. Una persona puede dominar a los enemigos por el poder, por la astucia, por la habilidad para protegerse... pero, ante la muerte, todos sabemos que un dí a seremos derrotados. Y esto es algo que despierta terror en la humani dad y, por esta razón, todos evitamos pensar en aquello que necesariamente debe sucedemos. Y, con esta actitud profundamente humana, el puente entre la vida y la muerte no se construye. El pánico por lo que pueda venir des pués de la muerte lo ocupa todo. Y ahí es donde la fe sitúa las cosas en otro nivel, trascendiendo lo sensible. Francisco ocupa, en este cambio de pers pectiva un lugar singular, pues confiere a la muerte un papel casi privilegia do y una importancia total. Es un paso obligado a la resurrección gloriosa y a la vida eterna: en sintoní a con el pensamiento y la práctica de Cristo sobre el grano de trigo, fructí fero solo si está solo en el surco de la tierra (Jn 12,24) y su entrada en la gloria del Padre, tras el sometimiento a la muerte (Mt 16,21, Mc 8,31; Lc 9,22; 24,26). El Cántico no habrí a supuesto una gran novedad, si con la evocación de tales perspectivas —garantizadas con seguridad— no hubiera expresado tam bién la gratitud a Dios por la muerte. Una hermana común como el sol, la luna y las estrellas... Cuando llega la muerte decide para siempre, según el estado en que se encuentre el alma. Si es abandonada en las manos del Crea 45. A.Vauchez, Francesco d’Ássisi,302.

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