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808 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ centralidad de la relación Dios-hombre se descubre en la acción de las cria turas, orientada directamente al Señor. La fractura entre la primera y la segunda parte del Cántico (el perdón y la muerte), lejos de ser un problema, también abren y proyectan a una com prensión de otro nivel. De tal manera que, las dos últimas estrofas han de ser vistas como causales, frente al valor de mediación que tendrí an las ante riores. La evidente centralidad de Dios y del hombre, ya en la primera parte del Cántico, responde perfectamente al perdón y a la muerte. Lejos de ser añadidos, los ejes del perdón y de la muerte, los del hombre, remiten al hombre, siendo lo que da sentido a todo. La descripción de las criaturas, cargada de adjetivos, verbos y sustanti vos, en profunda diversificación con las fuentes bí blicas, permite retomar lo dicho por algunos historiadores, aunque con prudencia, sobre la convenien cia de situar el Cántico en el contexto de la predicación, que —con la palabra y el ejemplo— Francisco estaba haciendo contra toda herejí a, como la cátara —como ya hemos dicho—. En un deseo, quizás inconsciente, de “deponer el odio cátaro a la creación”. No hay duda que al oí do de los cátaros, el Cánti co sonarí a como una blasfemia, repudiando la creación visible y sensible. La sugerencia a las criaturas, en el sentido anticátaro, consistí a en referir directamente al Señor las acciones de las criaturas, que asumen una función mediadora: el Señor crea las criaturas, pero es El quien realiza las acciones visibles y sensibles a través de las criaturas, en el caso del sol, de las reali dades atmosféricas, del fuego; y las acciones son para beneficio del ser hu mano y de las criaturas animales y vegetales. Se trata de enfatizar la función de iluminación atribuida al sol y al fuego. El sol es visto como un poder luminoso radiante, a través del cual el Señor nos ilumina, es este, precisamente, el significado del sol. Aparece con los valores astrológicos y simbólicos que le atribuyen la especulación medieval en general, y la agustiniana, para lo cual la fuerza radiante del sol (como astro primordial) se coloca en el punto más alto de la escala sensible de las criaturas, siendo por este mismo hecho un sí mbolo e intermediario de la di vinidad para las demás criaturas; como dice Dante: “No hay ser sensible en todo el mundo más digno de ser tomado como ejemplo de Dios que el Sol”33; el sol corporal y sensible es de hecho el reflejo del sol espiritual e inteligible, que es Dios34. 33. D. Alighieri, Convivio, en Obras Completas, 792 [Tratado III, XII, 7]. Dante plantea esta cuestión en el tratado III, en el que hace el elogio de la sabidurí a, que él considera como el grado supremo de perfección humana. 34. D. Alighieri, Divina Comedia. Paraí so, en Obras Completas, 502 [Canto X, 53].
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