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18 M iguel A nxo P ena G onzález ratio , contando con reglas y preceptos que no eran fruto del capricho. Las len- guas de la antigüedad y la lengua vulgar se acercaban también –por medio de la reducción a un sistema– donde el paradigma estaba en los modelos clásicos, pero igualmente en la concreción de las lenguas romances. De esta manera, no solo las lenguas clásicas referían a una concepción clásico-humanista, sino que también el romance servía a esa causa, aunque desde otra comprensión que caminaba de manera paralela. De igual manera, el humanismo no venía solo referido a las Artes Liberales, sino también a su aplicación en las diversas secciones en que podríamos considerar la Prima Artium , la Teología. En esta nueva forma de concebir el trabajo se explica que autores como Nebrija o Erasmo considerasen que su magisterio podría resultar más útil, al tiempo de llegar a más gente, escribiendo y publicando obras, en vez de estar dedicados a dictar o impartir lecciones. Por el contrario, otros como Ciruelo lo harán en una dedicación amplia y entregada a tareas y funciones, intelectuales, didácticas y pastorales, en el convencimiento de que todas estaban orientadas hacia un mismo fin: lograr una unidad y coherencia mayor en el creyente; que fuese purificado de todo aquello que no era propia- mente cristiano. De esta manera, el uso del latín y el romance son una muestra de claro acercamiento al humanismo cristiano. Así, si los parámetros clásicos, marcados por la recuperación del griego y la depuración de la lengua latina, estaban perfectamente definidos y se com- pletaban también en “la voluntad de dignificar y reivindicar las distintas len- guas vernáculas”. 39 Ese humanismo se había extendido ya por Europa como consecuencia de diversos motivos políticos o profesionales… Pensemos en el papel ocupado por los Concilios, comenzando ya en el de Constanza (1418) pues, al concluir Poggio Bracciolini se traslada a Inglaterra con los asistentes de un prelado, residiendo seis años en aquellas tierras... El humanismo ya no conocía de fronteras y llegaba a todas partes, lo que tenía lugar de las maneras menos predecibles. Ese mundo clásico –para una serie de autores– implicaba la vuelta a lo cristiano. Un humanismo que encontraba sus influencias más específicas en san Pablo y san Agustín y que tenía como figura paradigmática a Lorenzo Valla. Este último consideraba que la labor del humanista era la de un comen- tarista y editor, que había de volver permanentemente a los clásicos. Pero este humanismo tendría diversos niveles y expresiones. Así, mientras John Colet comentará con profusión las cartas paulinas, introduciendo en las lecciones el contexto de las mismas –lo que resultaba una auténtica novedad– Nebrija 39 Ángel Gómez Moreno, España y la Italia de los humanistas. Primeros ecos (Madrid: Gredos, 1994), 52.

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