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- 75 - necesidad de prepararse para el encuentro definitivo. También, habrá algún título que refiera mundo de la sospechas e, incluso, de la intolerancia. Nos estamos refi- riendo a la Summa de Doctrina Christiana (Amberes ca. 1550) de Constantino Ponce de la Fuente, y al Libro de la oración y meditación (Salamanca 1554) de fray Luis de Granada. Con todo, parece que Carlos, como lector religioso, no se alejará de las fuentes de la piedad interior que representan y promoverán estas obras… No deja de ser también un recuerdo de aquellos que le asesoraron o alimentaron espiritualmente a lo largo de su vida, como si todavía pudiera extraer algo de sus enseñanzas. Esto explicaría también la presencia de la Doctrina cristiana , de su exconfesor Pedro de Soto, amigo de Carranza. Estas obras se completan con la Summa mysteriorum Christianae fidei , de Francisco Tittelmans. El capuchino era considerado el mejor comentarista de los Salmos de David. Esta parte de la Biblia, concretamente los salmos penitenciales, a los que “Carlos V siempre había sido muy devoto de la lectura de esta parte del salterio, como lo indica su inclusión en varias de sus libros de horas, y en Yuste acrecentó esta costumbre devota” 55 . Esto concuerda con lo que describe fray José de Sigüenza, en relación a las devociones del César Carlos que, en relación a la misa diaria narra: … esta se dezia a las ocho en punto, y después vnos psalmos penitenciales de rodi- llas delante el altar, y halláuanse todos los flamencos a esta missa. La quarta, que ohia siempre él, era por su salud. Estas eran todas rezadas 56 Esta espiritualidad se completaba con Las Meditaciones y soliloquios y manual del bienaventurado San Agustín , otro título que ayudaba a esa introspec- ción. Las convicciones, acuñadas en etapas tempranas de su vida, hicieron de él un hombre más del medievo que de la modernidad. Su ideal habría sido crear una hermandad universal de monarcas, todos ellos bajo la Iglesia católica y él como la figura central. Carlos gobernó como creía que debía hacerlo. Procuró estar allí donde consideraba que su presencia era más necesaria. Confió el mando a los generales, pero siempre que pudo acompañó a sus ejércitos. Aunque dejó la ley y la justicia a juristas y jueces, asumió con seriedad su responsabilidad en los nombramientos que le tocó promover. Y aunque siempre estuvo acompañado de serios problemas económicos tenía el convencimiento de que Dios proveería. En este mismo sentido, aunque la religión era asunto de la Iglesia, tenía sus propias ideas sobre cómo había que defenderla. No entendía cómo alguien podía opo- 55  Sánchez-Molero, “La biblioteca postrimera de Carlos V en España…”, 932. 56  José de Sigüenza, Historia de la Orden de san Jerónimo , ed. por Juan Catalina García López, t. II (Madrid: Bailly-Bailliére e hijos, 1909) 152.

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