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- 70 - vocarían la pérdida del reino. No se puede olvidar, como decíamos al comienzo, que su obra descansará en la unidad religiosa, que era algo inherente al devenir de sus reinos y a la existencia misma de su estirpe. La amenaza de Valladolid alcan- zaba al corazón del Estado, a la estructura de la Corona como institución y la paz pública que ésta había de garantizar, con la ayuda de la religión. En las ideas luteranas había también un serio componente revolucionario que amedrentaba no solo al emperador, sino a todo el poderoso aparato del Estado y de la Iglesia. El viaje a España se retrasa hasta que, a mediados de septiembre de 1556, parte del puerto de Vlissingen, con sus hermanas Leonor y María, en una escua- dra de cincuenta y seis navíos. Le acompaña un séquito de unas ciento cincuenta personas, en su mayoría flamencos. Al llegar a España, pondrá al frente de la comitiva a don Luis Méndez de Quijada, señor de Villagarcía y castellano recio. La situación era dramática: no había dinero ni condiciones para proseguir el viaje. Apenas había gente para recibirle, solo estaban presentes Durango, el alcalde de corte y don Pedro Manrique, obispo de Salamanca. Más tarde llegará a Laredo Luis de Quijada, quien le acompañará en el viaje. Esta realidad confrontaba con la imagen que él se había preocupado de alimentar. A Carlos le preocupaba su imagen 46 . No había sido casualidad que su actividad como mecenas de las artes, que había sido bastante escasa, hubiera logrado, a partir de 1548, la realización de los retratos de Tiziano en la Corte de Habsburgo. El César había encontrado en el veneciano el modelo de pintor corte- sano que le interesaba: un genio sumiso y dócil. Un artista que mantenía el equi- librio entre la realidad, mucho más áspera y dolorosa, y la imagen ideal de héroe esforzado que él quería que perdurase 47 . De Tiziano salió la gravitas solemne , no exenta de melancolía, la distancia, la circunspección que separaba a Carlos V del resto de los hombres. Y a este Tiziano pedirá un último encargo, el gran lienzo de La Gloria , síntesis final, esclarecida, de la obsesión primordial de Carlos V: su salvación eterna. Todo su sentido estético estaba cargado de un profundo temor, de un miedo que intentará contraponer con una serie de devociones. Así, los retratos de familia vendrán sustituidos por pinturas de devoción, que parecen ayudarle a afrontar el momento más temido: el del juicio. La pintura es una alegoría de ese momento de la verdad: el Emperador, arrodillado, junto a la Emperatriz y sus hijos, con la corona imperial abandonada a sus pies, espera la hora del Juicio ante la Trinidad, la Virgen y la Iglesia católica. Era su lienzo preferido, pero no la única represen- 46  Rosa Perales Piqueres, “Formas pictóricas y de representación de la diplomacia europea en tiempos de Carlos V”, en Diplomacia en los mundos de Carlos V: negociación y diálogo , 177-206. 47  Fernando Checa Cremades, Carlos V y la imagen del héroe en el Renacimiento (Madrid: Tau- rus, 1987).

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