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70 Miguel Anxo Pena González impiedad ante el Inquisidor General, por habernos atrevido, siendo ignoran– tes de las Sagradas Escrituras, a ocuparnos de una materia desconocida con la única confianza del conocimiento gramatical" (Apología II, 5). Lo había expresado en diversos lugares: "nosotros no buscamos o no debe– mos buscar solamente la pureza del latín, sino el conocimiento de otras cosas que aumentan el caudal de las ideas y de las palabras" (Nebrija, 1512: aiii. Tomado de Olmedo, 1942: 151-152). Se moverá con prudencia, pero luchará por su lugar como gramático en el escenario de su tiempo. Esta obra se encuentra ubicada en un marco amplio, que tendría como modelo el comentario a la edi– ción de las obras de Sócrates, pero también la disputa entre Poggio Bracciolini y Lorenzo Valla, donde este último le recrimina el uso de un latín vulgar y que no tiene en cuenta a los clásicos. Nebrija denota una fuerte ironía, que podría tener diversas funciones,2 pero que está conectada con sus funciones acadé– micas, que entiende como un envío o misión por parte del romano pontífice, al tiempo que lo dotan de la autoridad requerida para dicha empresa. El título resulta elocuente: Apología del gramático Elio Antonio de Nebrija en descargo de las acusaciones por haber publicado comentarios gramaticales acerca de ciertos pasajes de la Sagrada Escritura. Como afirmó Carlos del Valle (2000a: 328), la Apología es un testimonio "de la defensa apasionada de la veritas hebraica y de la veritas graeca que debe figurar con todo derecho en toda historia de la exégesis renacentista". Pero, obviamente, no nos podemos quedar aquí, pues Nebrija reprochará -frente a aquellos que lo hacían contra él- las libertades que algunos se toman con la Escritura, que: "al ponerse delante de un gran modelo de doctrina creen que nada les está prohibido" (Apología XIV, 6). Abiertamente no entrará en cuestio– nes teológicas y, por lo mismo, se centrará en el sentido literal de la Escritura, sin tener en cuenta el alegórico, el moral y el anagógico. Se preguntará cómo se puede saber aquello que se ha de creer, si los libros están sin enmendar (Apolo– gía V,1-2), dejando entrever que tampoco se puede hacer teología recurriendo solo a la exégesis. Es un pequeño detalle, pero se intuye un conocimiento de aquello que está afirmando. Siendo consciente de que la teología es una cuestión que compete a los clé– rigos, él tiene algo que aportar más allá de su tarea filológica, pues la inteligen– cia no puede ser esclavizada a partir de argumentos teológicos, siempre que se 2 Podría tener como referente al propio Bracciolini, que había publicado un libro de chistes, que podía funcionar como antídoto, tal y como había funcionado desde los tiempos de Teodoro de Ciro.

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