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POESIA PRIMITIVA DE LA DIVINA PASTORA En 1957 publicó el Centro de Propaganda de los PP. Capuchinos de Madrid mi librito Con la Dívina Pastora. El mismo año apareció en la revista del Consejo Superior de Investigaciones •Científicas, «Archivo Espa– ñol de Arte», mi nota sobre La Virgen como Pastora, con textos del Beato Maestro Juan de Avila (1499-1569) acerca de las funciones pastorales de María Santísima ejercidas con la grey apostólica, con la Iglesia primitiva y con nosotros. Mi reincidencia en el mismo tema obedece a un regalo providencial que recibí en junio de 1959: varios folletind procedentes del monasterio de I ,·f Capuchinas de Tudela, en la ribera navarra. Providencial consideré el re- galo porque, entre los folletos, aparecieron varias novenas de la Divina Pastora impresas en el siglo XVIII, ignoradas o muy poco conocidas de los enamorados de esta bibliografía mariana. La rareza de las obritas se explica por su misma pequeñez, que invita al menosprecio y favorece el extravío, y por el vandalismo que padecieron nuestras casas religiosas en el siglo XIX. Fue más fácil su conservación en la clausura de un monasterio femenino, y pudieron acogerse a él libros devotos despedidos por la marejada. Intento exponer aquí sobre todo la parte poética del hallazgo, para co– laborar al mejor conocimiento de un tema que dista mucho de agotarse aun después de las investigaciones del P. Juan B. de Ardales, y de los tra– bajos publicados en ESTUDIOS FRANCISCANOS por el P. Andrés de Palma de Mallorca, en 1925 y 1926, sobre la Divina Pastora en las artes, en la bibliografía y en el apostolado, y por el P. Emilio María de Sollana, en 1950, sobre iconografía, donde topamos con algo sorprendente: un cuadro de la Virgen como pastora firmado por Mateo Roselli en 1640. Y no cuento las numerosas y autorizadas páginas que escritores ajenos a nuestra Orden vienen dedicando a la Pastora. * * * Es difícil señalar. el oculto nacimiento de un río o las últimas ramifica– ciones de la raíz de un árbol. Pero nadie llevará a mal que lo intentemos sin enturbiar la corriente, sin atentar contra la vida lozana. En la nota Esnmrns FRANCISCANOS 68 (1967) 195-225
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