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POESÍA DE LA DIVINA PASTORA Si al rebaño defiendes, Pastora afable, venceremos al mundo, demonio y carne; cuya victoria nos asegura en premio la eterna gloria. 221 Como en el P. Rafelbuñol, hallamos aquí cinco series de misterios. Cua– tro de las de Játiva copian las letrillas de aquél. Las de los «misterios para todo el año» difiere en la descripción de la escena contemplada y además añade otra seguidilla con doctrina derivada de la primera. Tras los ocho versos de cada misterio se repite la súplica conocida a la Pastora, el «Ayu– dadnos afable» de Rafelbuñol. Como arriba dejo dicho, coincide también esta corona con la de Rafel– buñol en los pareados que comienzan «Digamos: Ave, María». Su oremus nos ofrece la oración propia de España, a que antes me he referido. Los silbos que aquí escuchamos son de tono distinto de los que nos ha brindado el manuscrito de Lecároz. Resonaban allí en clima misional, en ocasiones extraordinarias. Los de Játiva pueden repetirse en cualquier mo– mento del año para llamar al pecador a penitencia, recordando los novísi– mos, la muerte del Señor, la hermosura de la Pastora. Los cuatro pentasí– labos iniciales van repitiéndose, a manera de estribillo, después de cada cuatro versos del romancillo. AMANTES SILBOS DE LA PASTORA DIVINA A LAS OVEJAS PERDIDAS Oíd mis voces, tristes ovejas, ya que Pastora me llamáis vuestra. Desde la cumbre de mi grandeza veo que el lobo mi grey rodea. Yo compasiva tomo a mi cuenta contra el infierno vuestra defensa. Os doy mil silbos con gran clemencia, pero están sordas vuestras orejas. La voz levanto, repito quejas, corro los bosques, cruzo malezas. Venid, corderos : ¿no veis la pena que, por no hallaros, en mí se encuentra?
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