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REFINAMIENTO LI ERARIO DE LA «SUBIDA DEL MONTE SION» 89 Cristo, nuestro dechado, por vía de contemplación, El les muestra la manera>>, 42. «El ánima ue se desposa con Cristo, tres cosas le da su Dios», 58. «Este movimie to que en la ánima incita Dios, aquésta es la caridad que Dios cría en uestras entrañas», 292. Tampoco falta el ho oyoteleuton o sucesión de terminaciones seme– jantes. «Como es imposi le conocer a Dios sin le amar, así es imposible conocerse el hombre y d searse regalar», 44. En un diálogo suenan cinco consonantes de astrosa, 9. Coincidencia no casual, sino querida por el escritor, como en 84-85. on la soga «le siguieron, hirieron y persiguieron en presencia de Caifás; c n ella le encarcelaron, le ataron y le llevaron a presencia de Pilatos», 21 . La concatenación le e seña a engarzar palabras y conceptos. El alma en presencia de Dios «n puede dejar de amar, ni el amor no deja de demandar, ni la demand amorosa cesará de recibir, ni lo que el amor recibe lo sabe querer sol r», 56. «El cual gusto llama a sí la contrición, y la contrición trae el a a lacrimal, y las lágrimas son mensajeros de gracia: la gracia lleva el aminante a Dios», 83. «Y que siempre el amor que busca, halle, y que 1 hallado sea entendido del amor que le halló, y en entendiéndose sean ambos amores presos, y en prendiéndose el uno al otro, se tengan», 326. «Sabiendo que el amor nunca busca sin hallar, nunca halla sin pr nder, nunca prende sin poseer, nunca posee sin gozar», 327. El recurso a las figur s literarias no le impide acudir también a lo popular. Así en las págin s dedicadas a explanar el uso de las pasas del caminante, del trigo, la h rina, el pan, el vino, la vid, el racimo, los pám– panos, los sarmientos, 82- 6. Aires populares siguen soplando cuando nos habla del asnillo, de la p ·a, de la cebada, del día festival y se dilata en la exposición del heno, 8 -87. Y cuando encarece la necesidad de pro– veerse de freno, riendas, silla, corazas, 88. Mentalidad popular refleja cuando, a propósito de la mentira, escribe: «Ni Dios me la deje decir ni aun hablando con el turc », 90. Para rocplicamos la elección divina nos brinda el ejemplo del olle o, 94-95; y más adelante el de un muy pobre labrador, 109-111. Asegur que al alma, «si no hay falta en el amor, no se le da tres comados p r todas las asperezas», 147. «¿Quién dirá que son menester raposas, pu s que comen las gallinas y nos hacen ruines obras?», 173. Expresiones opulares semejan las denominaciones de <<nues– tro benigno Jesús, nuestr bien y Padre nuestro», 186 y 190; «este Niño soberano es Padre nuestr infinito», 196. En nuestro corazón «cabe un

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