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84 ANSELMO DE LEGARDA En distintos pasajes del libro nos ofrece el autor varios datos auto– biográficos. Se ha de saber, a grande gloria de Dios, que ordenó el libro y le compuso un fraile lego de pequeño entendimiento, todo tosco, todo idiota y ignorante, sin fundamento de letras, 34. Repetidas veces reitera esta confesión, como si sospechara nuestra predisposición a no darle crédito pleno. Quiere convencernos de su condición laical alegando su trabajo: «Los que servimos el cuerpo de la reverenciable comunidad en los oficios servibles», 131. Nos confiesa su buen apetito incluyéndose entre «los que somos comedores», 139. Había dejado el vino varonilmente, volvió a beberlo por necesidad, por cumplir con su conciencia, y tornó a dejarlo: «No me da más ver el vino en la taza que pintado en la pared», 141. No habla con los cuerpos algo flacos, «sino con los muy robustos, como Dios ha hecho el mío por su gran benignidad», 128. El tono familiar empleado por Laredo es comprobable en cualquier página. Y es más visible, por ejemplo, en las interrogacione,s al lector: «¿Veis aquesto? ¿Queréis que digamos más? ¿Habéisme bien entendido?, 289-290. Destinatario puede ser cualquier cristiano: «Que ordenéis bien vuestra vida y que salgáis de pecado mortal, si sois seglar; y que, si sois religioso, que tengáis gran vigilancia contra las culpas veniales y contra las causas de ellas»... , 292. En muchos pasajes, a lo que parece, no se dirige a un lector, sino a un oyente que en determinados momentos se convierte en interlocutor, 291-296. Entre los más ilustres lectores hay que contar a Santa Teresa de Jesús, como se desprende de la obra del P. Fidel de Ros. Laredo fue uno de los guías de la santa de Avila en su camino místico. En el otro camino, el de la prosa «de este idiota fraile lego», 149, con una cultura muy poco laica!, Santa Teresa tropezaría, como nosotros, con ciertos vocablos en que resuenan los latines con que andaba familia– rizado Laredo en sus rezos y en sus estudios. Topamos con la graciosura del niño mamón, 33; contemplamos con reverencial temor y con tremor, 47, y sentimos tremer los cielos, 47; nos salen al encuentro los vítulos del salmo, 55; el infierno se contremece, 59; ni el anhélito ni el viso no lo querrán ver ni oler, 63. Advierte el latinismo cuando nos da su versión: la flor se marcesce o mortigua, 72; al aire le llega la yusión o mandamiento del Hacedor, 76; causa de cremento o crecimiento, 78; amígdalo o almendro de Aarón, 198; coligancia o atamiento, 215; algo dobladas las genuas o hinojos o rodillas, 218; en aqueste gozar, contemplar o fruir de Dios, 252; la fruencia, o gozo,
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