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120 ANSELMO DE LEGARDA labradores, tres bailadores y van cayendo en el pozo al son de folías o villano. El baile es interior en La elección por la virtud (3,80a): Y, si va a decir verdad, en viéndole, el corazón me bailaba dentro el pecho; no sé quién hacía el son. En El melancólico ( 6, 115b) un pastor propone desposarse ahorran– do de baile y cura. Naturaleza En la elección por la virtud (3,102a) hallamos un recuento compen– diado de elementos musicales en la naturaleza. Es cuando Césaro, aso– mado a una reja, como preso, confía sus cuitas a un soneto: Pintadas aves que al pulir la aurora con peines de oro sus compuestas hebras, al son de arroyos, arpas de estas quiebras, lisonjeáis cada mañana a Flora. Aura suave que con voz sonora murmurando las aves (') te requiebras y las obsequias fúnebres celebras de Procris muerta que tras celos llora. Los pastores imitan la armonía con que resucitando la memoria de mi Sabina, vivo entretenido. Cantad, amigos, la firmeza mía, que es la música imagen de la gloria, y, mientras dura, mi tormento olvido. Apunta, sin duda, a los pitagóricos el que en Amar por razón de es– tado (1, 169a), dice: Hay filósofos que afirman aquella música acorde, cuya z·nefable armonía no nos parece escuchar, pues, según buena doctrz·na, ah assuetis non fit passio, aunque es opi'nión de risa. [48]
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