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112 ANSELMO DE LEGARDA Y en la página siguiente el vizcaíno Juancho, olvidado de su lengua materna, se limita a soltar los despropósitos convencionales cantando: ¿Quién quieres pan, que lo arrojo.' Tres días ha que no como. Los cantores de Tirso conocen letras y tonadas antiguas y en oca– s10nes, sin advertírnoslo, engastan en lo suyo un elemento tradicional. En La celosa de sí misma (1, 137a): -¿Conocéis aquella mano.~ -¡Ay, aurora! ¡Ay, sol! ¡Ay, día! -El cantar del Ay, ay, ay se nos ha vuelto a Castilla. Semblante musical antiguo ostenta aquello otro (1,238b): Tornerico sois, amor, y sois torneador. Igual que los versos finales del gracioso en La vida y muerte de He– rodes (4,232-233): Yo, como la vi burlar, las manos la así y beséselas, y apartómelas y apartéselas, y volviómelas a apartar. Reminiscencia reaparecida en Antona García (5,222a) aunque no se cante: Volr.n'óme dos y apartéselas, y tirómelas y tiréselas, y volvi'ómelas a tirar 6 . A época anterior saben los versos que, en Quien habló, pagó (7 ,22a), canta dentro una mujer para solaz de los segadores: 6 Pormenores sobre el estribillo de un cantar popularísimo, «arrojómelas y arrojése– las», en nota de A. ZAMORA VICENTE y M.ª J. CANELLADA DE ZAMORA, a la obra de Tirso Averígüelo Vargas, en «Clásicos Castellanos» (Espasa-Calpe), Madrid, 131 (1947) 170. [40]

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