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100 ANSELMO DE LEGARDA la hermosura que perdí, canta oluidos, que eso quiero. -Va. Peccantem me quotidie ... ¿Quién me ha metido en aquesto.' Pero ¿qué tengo que hacer.' -Canta. -Ya va Quia in infemo ... Tamayo, ¿tú sacristán.? -¡;No cantas? -Nulla est redemptio ... - Tienes razón, que no tienen ya mis desdichas remedio. ¡Ay! Armesinda del alma, ¿qué he de hacer sin ti.? -Silencio, que no ha de hablar un difunto, ¡cuerpo de Dios! Vaya el cuerpo. Ya doblan en la parroquia. ¿No escuchas el son funesto.~ Oye: din, dan, din, don, don. - Todo eso puede el dinero. - Ya cantan la letanía: Sancte Petre, ora pro eo. Kyrie, eleison; Christe, eleison; Kyrie, eleison. No en broma, sino muy en serio cantan en aquellas escenas estre– mecedoras de El mayor desengaño (4,162b): Escuchad, que la capilla el fúnebre oficio canta. Cantan dentro y luego (164ab) toman a tocar y a cantar: Cantan dentro: Responde mihi quantas habeo iniquitates et peccata, scelera mea atque delicta ostende mihi. En La joya de las montañas (2, 161a) vuelve a intervenir otro gra– c10so: No llorara, Laura mía, pero te dijera un salmo con requies y con profundis que te llevara volando ... [28)

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