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88 ANSELMO DE LEGARDA En La santa Juana (3,342b), al estrechar una mano abrasadora que le estimula a cambiar de vida, dice un personaje: Ya entiendo su verdadera músz"ca y puedo enseñar en esta mano a cantar. La orden de la Emperatriz a Leida, la música errante, en El mayor desengaño (4,145b) nace de la imperial turbación: Si la música aumenta la pasión del sujeto en quz·en se asienta, canta envz"dz"a y desvelos, porque celos aumentes a mz"s celos; crecerá la esperanza que tengo, en mz"s agravz·os, de venganza. Se pone Leida a cantar versos adecuados a la situación anímica de la Emperatriz, pero ella le corta diciendo: Basta, no prosigas más: todo aqueso vengo a ser... Y se marcha arrojando rayos, abrasada de celos. Otro le insta a Leida a continuar: Pero canta, Lez"da hermosa, que, si la músz"ca es suspensión de penas tristes, las que sz·ento suspendré. En esto sale uno que anda encumbrado y suspéndese oyendo can– tar. Comenta preocupado: ¡Qué mal pronóstz·co anuncia la músz"ca que he escuchado! En Tanto es lo de más como lo de menos (4,355ab), combinación de parábolas evangélicas, cuando Nineucio pide que le canten «algún nuevo tono», le cantan: Sz" el poder estriba sólo en tener, [16]

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