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69 comentó a un compañero del colegio de Los Ángeles que ejercía de monaguillo en Santa María. Este lo llevó a dicha iglesia con la mala fortuna de que su primera actuación correspondió a un sacerdote que todavía hoy se recuerda entre las personas de cierta edad de la Parte Vieja por su engreimiento y mal humor: Monseñor Don Bernardo Unanue. José Luis no conocía todos los pormenores de la entonces complicada tarea de acólito y, cuando llegó el momento, no fue capaz de presentar las vinajeras con los modos y precisión que exigía el malhumorado cura. Tan pronto llegaron de vuelta a la sacristía aquel comenzó a bramar: —¡A mí no me traigas chavales que no saben ayudar la misa como es debido! No volvió a aparecer por Santa María y decidió ir a los capuchinos. Buena conformidad En la iglesia de los capuchinos le llamó la atención un fraile lego que se ocupaba de las tareas de sacristán: Fray Donato de Torrano , natural de Dorrau en la Barranca navarra. Por su actitud de bonhomía le pareció digno de imitación. También se relacionó con Fray Bernardo de Tolosa, organista porque era quien se ocupaba de los ensayos de la Escolanía, en la que al poco tiempo ingresó. José Luis todavía era muy niño y le gustaba hacer travesuras. Un día, cuando iban a comenzar el ensayo y Fray Bernardo a sentarse en el taburete desde el que tocaba el armonium, José Luis tuvo la ocurrencia de apartarle el asiento, de manera que el pobre fraile se llevó una costalada digna de mejor causa. Sin embargo, sin realizar ni la más pequeña queja, Fray Bernardo se levantó y le dirigió una comprensiva sonrisa. José Luis pensó entonces para sí mismo: “ Ojalá yo, si alguna vez me sucede algo similar, sea capaz de responder de la misma manera ”. En las funciones religiosas, aunque pasaba menos horas con los niños, solía ejercer de director de la Escolanía Fray Ignacio de Aldaz, hombre amigo de los chistes y de gran sentido del humor. José Luis comunicó a este sus intenciones:
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