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65 Joxe Mendizabal, txistulari de Oiartzun y Rentería, nos contó una graciosa anécdota ocurrida cuando de chaval acudía a las lecciones en casa de Isidro y refleja los modos con que se vivía en la época. Aunque progresaba, todavía le salían bastantes mentiras , es decir, notas falsas, cuestión esta muy común entre txistularis principiantes. En cierta ocasión, su padre e Isidro se encontraron en la calle: —Buenos días, Isidro, ¿qué tal marcha nuestro chico? —Va bien, pero todavía se le escapan muchas mentiras . —¡Mira por dónde! ¡Déjelo a mi cuenta!. Y, al llegar a casa, antes de dejarle decir nada, propinó un soberano bofetón al pequeño Joxe por mentir a su profesor. Para cuando el desvalido pudo explicar en qué consistían las mentiras, ya no hubo manera de borrar el mandoble. José Luis, sin embargo, jamás recibió ningún tortazo de su padre. Ni tampoco el resto de los hermanos. Isidro construía asimismo tambores para las tamborradas. Eran llamativas las facturas que presentaba, pues se esmeraba en ser extremadamente detallista al explicar las razones del precio. Con frecuencia le señalaban que cobraba poco, pero él tenía un acendrado sentido de la justicia y no aceptaba en esta materia ni la más pequeña laxitud. Nunca tuvo hambre de dinero. Un dulce beso bajo las bombas En aquella casa, sí hubo otros apetitos. Hambre de Música, por ejemplo. Isidro tenía un convencimiento muy arraigado: todas las personas deberían recibir un mínimo de tres años de formación musical –solfeo y rudimentos de un instrumento musical–. Le parecía parte de la educación básica. Por ello, envió a todos sus hijos al Conservatorio y él mismo se encargaba de prepararles melodías populares o de autores clásicos, que armonizaba a voces, y se las hacía cantar. Para el trío Hermanas Ansorena , formado por Ana Mari, Martina y Consuelo, escribió esta letra sobre la melodía del vals nº 15 de Brahms:
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