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ción y romeaje a Santiago» fueron el monasterio de Urdax y de Nuestra Señora de Velate, sobre la antigua ruta de las legiones, salvo albergues como el de Elizondo. La fortaleza de Maya, avanzadilla como la de Mondarrán, de los reyes navarros, fue a un tiempo garantía y compromiso. No pu- dieron hurtarse los baztaneses a las luchas de agramonteses y beamonteses ni dejaron de participar, con uno u otro ban- do, en la última guerra por la independencia navarra, que cobijara Amayur. Cuando se preparaban las capitulaciones reales de 1614 entre España y Francia, para asentar la paz en la batalla por los Alduydes, audaces provocadores dieron fuego a la tabla- zón que los baigorrianos tenían apilada en aquel paraje. Culpóse a los baztaneses, que tenían por qué estar resen- tidos de sus vecinos ultrapirenaicos. Replicó el alcalde, don Sancho de Ytúrbide, al escribano real, don Sancho Satrús- tegui, que bien pudo haber sido el alférez Melgar, coman- dante de los puertos de Maya y de Errazu, con sus soldados; pero en modo alguno las gentes de Baztán, que no recono- cían otro capitán que a su alcalde; «y, como dicho tiene, sin su orden no se atrevieran a hacer cosa alguna ni le obede- cieran al dicho alférez». En un «casus belli» como aquél, Baztán no reconocía otro jefe que a su alcalde. Como capitán a guerra de dicho valle estaba obligado a hacer cada año «alarde, muestra y reconocimiento de armas, de toda la gente de su jurisdic- ción, para que con este exercicio estén más promptos y hábiles para ocurrir a lo que sea del servicio de su Ma- gestad y defensa de la Patria» (Ordenanzas 1696, cap. 52). Cada uno de estos alardes costaba al valle no menos de 150 ducados (puesta a punto de las armas y pólvora en salvas). Por eso rogaban a Felipe IV que además de exi- mirles de la alcabala y de concederles determinados arbi- trios, fuera su alcalde «también capitán y gobernador en lo político y militar, para siempre»; y que se le convocara a cortes, con asiento, voz y voto en el brazo de las univer- sidades. No parecía resignarse Baztán con la negativa que cien años antes dieran las mismas cortes de Navarra. No fundaban su petición los baztaneses en la sola digni- dad de su regidor, sino en la eficacia de su mando. Desde que en octubre de 1636 se descolgara por las tierras de Labort el virrey de Navarra, marqués de Valparaíso, viéronse los baztaneses envueltos en la contienda; y en tanto que los mercenarios de Diego de Isasi y los voluntarios de don Tiburcio de Redín atacaban los puestos fronterizos de Socoa, Ciboure y San Juan de Luz, más de 800 hidalgos de Baztán, a las órdenes directas de su alcalde, vigilaban los pasos, escaramuceaban y corrían las tierras de Sara, Ezpeleta e Itxassou; desplazaban a los franceses del castillo de Mon- darrán y sorprendían de noche y apresaban a todo un cuerpo de guardia enemigo. Y cuando el francés en un contraataque avanzó, a las órdenes del duque de Agramunt, hasta el castillo de Maya, y puso en gravísimo peligro, por su superioridad numérica (3.000 contra 69) a los defensores, «llegaron los baztaneses, rayo y azote de toda la Francia, que embistieron con ellos como leones; y volaron como gavilanes los que poco había entraron tan pujantes». Aquel triunfo inesperado, que costó la vida al propio Agramunt, resonó en las crónicas de Castilla (1639) y fue enaltecido en las cortes navarras de 1652. Nuevos lauros de gloria ganaron en la guerra contra la Convención (n. 106 de «Temas de cultura popular») y contra la francesada bonapartista. 0
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