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miento del ganado de cerda, cosecha de las principales del Valle» (Ord. 19 de las de 1696). Pero precisamente el roble era la planta más codiciada. Como enemigos suyos se de- nunciaba a los zapateros, que los descortezaban para obte- ner tintes (y tanino curtiente). Enemigo más temible fueron las ferrerías o fundiciones de hierro. No menos de 5.000 cargas anuales de carbón se quemaban en la ferrería vieja del monasterio de Urdax. A finales del siglo XVI, se levantó otra, la de «Baqueola», como testimonio de la concordia que firmaron ambas enti- dades, la comunidad baztanesa y la premostratense, en 1584. Nunca funcionó con regularidad por las continuas re- yertas entre ambos porcioneros. A mediados del siglo XVIII la derribaron las autoridades del valle, según parece. En éste fundian y labraban hierro las ferrerías mayor y menor, que se mencionan en las Ordenanzas del siglo XVII. En los comptos reales, la de Arráyoz pagaba 12 libras de lezda por año. El toponímico «zamarguillenea», que quizá podría interpretarse como casa del zamarrero o sastre de zama- rras, un autor moderno, en extraña interpretación aplicada a Baztán, lo traduce como «ferrería de la ladera». Caprichosa hermenéutica la suya. La segunda víctima forestal fue el hayedo, según acusan * las mismas Ordenanzas del valle. Y no sólo por culpa de las ferrerías. Repetidas veces se querellaron las autorida- des y vecinos de Baztán contra los lugares monacales de Urdax y de Zugarramurdi porque sus vecinos vendían a bayoneses y labortanos «increíbles cantidades de madera- men, tablazón, pipería, leña y carbón», contra la prohibición vigente sobre ese tráfico, desde los días de Felipe ll. Par- ticularmente ruidoso fue el pleito substanciado entre 1740- 1748, que se refiere en el grueso volumen impreso «Execu- torial, Insertas Sentencias, Concordias, varios instrumen- tos...» publicado en Pamplona ese año final de 1748. El monasterio de Urdax procuró abastecerse con plantaciones propias, aunque hechas en los comunes de Baztán. No me- nos de 250.741 árboles, robles en su mayor parte, llegaron a reponer durante unos cincuenta años de ese siglo XVIII, principalmente en los acotados de Soyasun y de Otsondo, arrancados de los viveros monacales de Olaticoborda. El castañal, émulo del hayedo en el pasado, se extiende hoy por 1.186 hectáreas, en familia homogénea; y por otros centenares entre hayas y robles. Su primera merma impor- tante dejó desnudos montes como Achuela, Lerate y Aim. boto por la enfermedad llamada de la «tinta», hongo como el que abatió los castañales extremeños, a principios del presente siglo. Hoy se siente casi abandonado, porque la recolección de su producto es demasiado costosa. No sólo por la mayor espesura de estos bosques, sino también por la menor frecuentación humana, abundaron en ellos las alimañas, singularmente osos y lobos, a cuya ex- tinción solían dedicarse determinadas personas, que no quedaban sin su recompensa municipal (Ordenanza 49 de las de 1696). Hasta los particulares se creían en la obligación de premiar determinados safaris. Entre las cuentas del mo- lino de Jaureguízar, en !rurita (1700), hay una que lo rati- fica, con su detalle pintoresco: «Más, se les ha dado a diferentes cazadores que han muerto y cazado osos y lobos y crías de ellos y un tigre, 32 reales, como consta por rolde que dieron por menor». ¿Rasgo humorístico del dueño de Jaureguizar ese del tigre? Hoy se dan por afortunados nuestros cinegéticos cuando cobran algún jabalí o algún zorro y hasta con un simple —14—

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