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tela. No hubiera sido San Luis tan deferente con Teobaldo, al menor indicio de profanación erótica; túvole con fre- cuencia por comensal y llegó a distinguirle con la segunda presidencia cuando en Saumur armó cabellero a su her- mano, Alfonso de Poitiers. Pero que Blanca no corres- pondiera, tampoco significa que no llamearan corazones por su persona, Aquellos amores soberanos (trés hautes amors) que dice Teobaldo anidaron en su corazón, dada su categoría social, bien pudo haberlos suscitado una dama entronizada, Amor platónico, muy platónico, por una mu- jer diez años mayor que él y madre de 11 hijos, Salvo que sintiera Teobaldo como su tía, Alix, tercera mujer que fue de Luis Vil: «Cependant si l'on considére l'instinct physique de l|'Amour, on voit les jeunes garcons sS'unir plus avidement á une femme plus agée qu'ía une jeune fille de leur áge» (Sentencia XIX de los Juicios de amor). Entre tanto, Teobaldo había conseguido que se anulara su matrimonio con Gertrudis de Dabó, pese a las protes- di - a de ae lora Canción Lil: "Seignor sachiez qui..." Ms. B.N. de Paris) tas de ciertos canonistas que no juzgaron tan dirimentes los impedimentos alegados. Y se había casado con Inés de Beaujeu, prima hermana de Luis IX. De ella tuvo una hija, Blanca, a la que mudarán por tres veces de novio, según el perfil ondulante de las conveniencias políticas. Inés murió en 1232, Teobaldo se había enamorado súbi- tamente (salvo otros indicios) de Yolanda, hija de Pedro de Mauclerc, conde de Bretaña, uno de sus más fieros enemigos desde que firmara treguas con la reina madre. Y fue la reina madre, Blanca de Castilla, quien recabó de Gregorio IX bula de nulidad, para el caso que intentaran contraer matrimonio, Y Luis IX le amenazó con el secues- tro de todas sus rentas si lo intentaba: aquella alianza familiar se presentía demasiado incómoda para el trono. Cuando estaba a punto de celebrarse la ceremonia nu cial en la abadía premostratense de Valsecret, el 4 de julio de 1232, se presentó el arzobispo de Bourges con la excomunión pontificia en la mano, la intimó a los no- vios y consiguió la disolución inmediata de la asamblea, sin más rito ni protocolo. Los nobles, que le tenían ya afron- A, DO
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