BCCCAP00000000000000000001750

las riendas de su condado de Champagne. Luis VIll muere el 8 de noviembre de 1226; y su viuda, Blanca de Casti- lla, «mujer por el sexo y varón por el seso», empuña los destinos de Francia. Teobaldo queda en situación comprometida. Los intri- gantes barones franceses, más que por odio al conde —aunque nunca le han de mirar con buenos ojos— por crear situaciones enojosas a la regente extranjera, le acu- saron de traidor, pues había abandonado el sitio de Avignon en la guerra albigense (julio de 1226), y de asesino em- ponzoñador de Luis VIII, Uno y otro delito, felonía y asesinato, a causa de una mujer, Blanca de Castilla, la reina viuda. Calumnias sin fundamento, análogas a otras que por este jaez fueron propalando aquellos nobles, por los versos de troveros como Huon de la Ferté. Teobaldo no faltó a la ley del vasallaje en Avignon, porque permaneció ante sus muros los 40 días de servi- cio feudal obligatorios; tampoco tuvo que ver con la muer- te prematura del valetudinario Luis VIIl, pues que a la sazón se hallaba bien lejos del rey, en sus dominios con- dales, amenazados de represalias precisamente por la cuestión albigense. Y cuando se fraguó la primera conjuración contra la regente, Teobaldo formó con ellos en primera línea, re- sentido quizá por ciertos desplantes a sus comisionados cuando la unción de Luis IX (29 de noviembre de 1226). Explicar semejante confabulación con los nobles rebeldes como estratagema para disimular unos amores inconfesa- bles, no pasa de hipótesis extraña y gratuita, Blanca de Castilla, desafiando las crudezas de un invier- no glacial, se dirigió contra los coaligados de Chinon. Bastó su sola presencia para que los condes de Champa- gne y de Bar, que no fiaban en sus aliados de conjura, se llegaran al campamento de la reina y pactaran con ella, el 2 de marzo de 1227, una tregua duradera hasta el 25 de abril. Cuentan los cronicones franceses que en aquella ocasión, Teobaldo, estremecido de emoción ante el porte y la belleza espléndida de la soberana, se prendó de ella hasta perder el sentido: «Lo comte resgarda la royne qui tant estoit sage et tant belle, que de la grand biauté de lui, il fu touz esbahis». Y dicen que le entró tal melancolía por aquel bien inalcanzable, que sus palaciegos le recomendaron, por remedio de sus males, desatar su espíritu, en arpegios de viola y en trovas armónicas Y galantes., Y que Teobaldo se dio a componer las más bellas y deleitosas canciones que jamás se oyeron ni jamás se modularon, al son de laúdes y vihuelas («Chroniques de Santi Denis»). ¿Hubo tales amores de Blanca de Castilla y Teobal- do IV de Champagne? Se tiene hoy por indiscutible que, si Blanca guardó alguna deferencia con aquel enamoradi- zo, no medió otra razón que la política, la conveniencia de mantenerle fiel al trono, cuando señores tan poderosos como Pedro Mauclerc, conde de Bretaña, Hugo de la Marche, conde de Dreux, o el conde de Flandes intrigaban de continuo contra su regencia y hasta contra la sucesión misma de su hijo, Luis IX, Blanca, «la honorabilis domina Bianchia», la «regis mater magnifica» de las crónicas, era lo suficientemente diplomática como para admitir, sin man- cillarse, homenaje de tal vasallo; y lo bastante señora como para imponer con su sola mirada, al enamorado ga- lán (si lo fue), una infranqueable distancia y púdica cau-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz