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más otros, como los de Nevers y Soissons, por feudos se- cundarios. Las tierras de obediencia, divididas en caste- llanías o prebostados (Chateau-Thierry, Haute-Marne, Eper- nay, Yonne) sumaban 28 desde mediados del siglo XI; y los feudos, por la misma época, se calculaban en 2.030. Carga pesada en la balanza de poderes. Y no es única. Como descendiente de Leonor de Aquitania está empa- rentado el recién nacido Teobaldo, con el rey inglés, Juan Sin Tierra y con su rival, el soberano francés Felipe Au- gusto. Berenguela, hermana de Blanca, acaba de enviudar de Ricardo Corazón de León. Pero, además, el nuevo vás- tago de Champagne está ligado por parentesco y por va- sallaje con el duque de Borgoña, con el obispo de Langres y con el arzobispo de Reims, que son sus señores. Cuando Blanca se presentó en Sens a rendir homena- je a Felipe Augusto, fue en busca de un aliado por el ex- ceso mismo de su grandeza. Mas el monarca francés, antes de comprometerse, exigió garantías: la condesa, viuda antes de los 25 de edad, no podría volver a casar- se sin expresa autorización del rey; su hijo Teobaldo de- bería permanecer en palacio desde los primeros pañales hasta que fuera armado caballero. Y, como garantía de lo pactado, hubo Blanca de entregarle en tenencia varios castillos, más 500 libras anuales para su conservación y reparos. No fue la más gravosa la obligación dineraria. Las rentas condales se calculaban en unas 35.000 libras tornesas. Bosques, viñas, tierras de pan llevar, derechos señoriales, tributos sobre los judios y ferias nutrían los almacenes y las arcas del conde. Los judíos tributaban por servidumbre, casi en calidad de simples bienes semovien- tes, Las ferias de Champagne, surgidas con las cruzadas, borboteaban en transacciones: productos del campo y de artesanía, y costosos artículos orientales, como alfombras, damascos, espejos, especias, perfumes, terciopelos, sedas y brocados, con que, según los casos, se engalanaban los castillos o sus castellanas. Blanca de Navarra habría traicionado el sentido diplo- mático y la actitud serena, derivados de su sangre y de su rango, si con su homenaje hubiera quedado a merced del ambicioso Felipe Augusto. En la lucha entre el ponti- ficado y el poder civil, las armas espirituales parecían blandirse con lauros de victoria. Y Blanca recurrió al pon- tificado, Y el papa Inocencio Ill, reconocido a la generosi- dad con que los condes de Champagne (Enrique el Libe- ral, Enrique !l, Teobaldo 11!) habían respondido a los cla- rinazos de cruzada, ofrecióse a protegerla en su persona y en sus intereses. Bien lo habría menester, puesto que alguien, con más derechos que los de la simple codicia nobiliaria, podía amenazar la herencia de su hijo. El futuro rey de Navarra procedía de un segundón, de Teobaldo !ll de Champagne. El primogénito, Enrique ll, había dejado dos hijas cuando murió desnucado en San Juan de Acre: Alix, que en 1208 casa con Hugo de Lusi- ñán, rey de Chipre, y Filipina, que, contra la voluntad del soberano pontífice, se unirá con Erard de Brienne, empe- ñado en desgajar parte sustancial de feudo tan aventajado. La actividad desplegada por Blanca fue asombrosa, por múltiple y por certera, Merced a sus prendas naturales y a la liberalidad de sus manos, logró apiñar en torno de su hijo a la mayor parte de sus vasallos y de sus súbditos más influyentes; por la diligencia de sus mesnaderos, consiguió apresar por dos veces a Erard de Brienne y confiscarle sus bienes, sin que le valiera su inmunidad de pi
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