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Canción desesperada es la que escribió cuando, por de- fensa de sus dominios, se disponía a enfrentarse con Blan- ca de Castilla y su hijo, Luis IX. La dedica a Felipe de Nanteuil. ¿Por qué dama gemía y suspiraba Teobaldo? ¿Por la inaccesible reina madre? Chanter m'estuet que ne m'en puis tenir... No puedo callar mi desventura. Al recordar tanta be- lleza, tal cordura, tan gentil talante, quisiera antes morir que ser señor de Francia y aun del mundo entero. Busca el ave fénix el espino y el sarmiento / para en ellos arder y perder la vida; / así quise yo mi muerte y mi tormen- to, / porque no tuvo piedad en mi desdicha... / Corazón tuve antes de que te hallara / que clama sin cesar: amor, amor amor! / Fue mi único emblema a sus ojos /. Y yo amaré y nadie me lo impedirá. ¡Pluguiese al cielo —canta en otro de sus desenga- ños— sanar mi dolor! Y que ella fuera Tisbe, pues Píra- mo soy yo! Píramo y Tisbe, en la antigúedad clásica, como Tristán e Isolda en las tradiciones bretonas, son el prototipo de enamorados que arrostran por vivir su amor la más ruda (y a veces cruel) oposición familiar; y que, cuando pa- rece ganada la victoria, se suicidan desesperados por un error fatal. Señora, si yo sirviese a Dios con amor / y le supli- case con entero y verdadero corazón / como lo hago con vos, sé muy ciertamente / que en el Paraíso nadie habría tan leal /, Mas yo no puedo ni servir ni suplicar / a nadie fuera de vos, a quien mi corazón pertenece, / Aygles (águi- la) ¡Siempre fui leal enamorado. / Más estimara un son- reir vuestro / que otro cualquier paraíso, pp ame debe de ser aquella «senhal» o contraseña que solamente conocían el trovador y su dama y que les protegía contra el «celoso» con su alusión cifrada). Expresión muy trovadoresca, con toda su convencional paganía, es ésta de Si me vaudroit melz un ris de vous qu'autre paradis, superada por aquel epifonema de la canción XXV: no tuviera yo Paraíso / si no fuera mía / la dama que me enamora. De la tradición medieval, que tan deliciosamente inter- pretan unos tapices del museo de Cluny (París), toma el poeta el embrujo que el dulce mirar de una doncella cau- sa en el fiero unicornio, hasta dejarse mansamente enca- denar por ella. Así lo encadenó su dama, que le tiene encerrado en cárcel de amor: De la chartre a la clef Amors Et si ¡ a mis trois portiers... «Amor tiene la llave de la cárcel / y ha puesto en ella tres porteros: / Bello rostro se llama el primero / y a Belleza hizo su señor. / Puso ante la entrada a Peli- gro / sucio, felón, villano, pestilente / malvado y criminal sobremanera. / Los tres son astutos y atrevidos / presta- mente hacen al hombre cautivo». Sobria y expresiva simbología, que más parece germen de un auto calderoniano que un preludio de las futuras cárceles de amor. e A
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