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fiel hacen al caballero y a su cómplice indignos de la Caballería de Amor y gafes de la buena sociedad, según dictamen, a otra consulta, pronunciado por Alix de Cham- pagne, reina de Francia. TROVAS DEL REY TEOBALDO En ese ambiente frívolo, refinado, con más de ingenio sutil que de ímpetu pasional (aunque tampoco fallara), com- pone Teobaldo sus canciones de amor, sus pastorelas, sus debates (tensons y jeux-partis o partimens). Es un ambiente heredado, El remacer económico y cultural de Provenza y de Gascuña, el embrujo de Oriente en los cruzados, el prestigio personal de muchas castellanas (se- ñoras de castillos) durante la ausencia de sus maridos, la misma exaltación mariana promovida por San Bernardo, provocan aquella situación privilegiada de la mujer. Un siglo de original y jugosa lírica trovadoresca ha precedido en su temática y recursos estilísticos al Teobaldo poeta y cantor. Teobaldo no escribe en provenzal, sino en dialecto champanés de la lengua de «oil»; tampoco forja moldes poéticos nuevos ni nuevas técnicas literarias; pero con su inspiración alígera, variada, de gradación sentimental desde lo madrigalesco a lo irónico, dialéctico y sutil, crea una poesía ingrávida, sin profundidad pasional, rítmica y reca- mada de valores melódicos. Es su arte un arte culto (tro- var ric), de un lirismo estilizado por la lejanía y la inde- terminación. Teobaldo pasó su niñez y su juventud en la corte de Felipe Augusto, en la que brillaban Hélimand, Chrétien de Troyes, Raoul de Houda y otros insignes troveros. En su escuela y en la técnica depurada de Gace Brulé debió de formarse aquel su estilo requintado y primoroso. Rois, a qui j'ai amour et esperance, De bien chanter avez assez raison, «rey, amigo de toda confianza, mucho, mucho entendéis de justas poéticas» —decía de Teobaldo el también «tro- vador» Raoul de Soissons, señor de Coeuvres (muerto a.1257)—. Quizá no distaba mucho de la verdad JB. Bé- raud, cuando en su Histoire des Comptes de Champagne et de Brie escribe: que Teobaldo había hecho adornar su palacio de Provins con divisas y emblemas de amor, y con la letra de sus canciones grabadas en oro y azul. De su devoción a las damas cuentan amigos como Annelier y enemigos como el mordaz trovero Sordelio. Y de la decoración gráfica de sus castillos de Provins y de Tro- yes, con letra de sus líricos poemas, dan testimonio las «Chroniques de France». Si fue homenaje a sus aventuras galantes, fue también por coincidencia de su estro poético. El célebre Jean de Grouchy (s. XIV) citó en su «Ars musicae» varias de dichas composiciones, unas por su rit- mo y otras por su melodía, Porque Teobaldo escribió tam- bién su notación musical, cuando no adaptó la letra —como en sus jeux-partis— a melismas populares. Diversos estudio- sos han comentado y transcrito sus melodías: Th. Maré- chal, Bédier-Aubry, Jeanroy-Lángftors y más recientemente el romanista Friedrich Gennrich, el ilustre musicólogo H. pe

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