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Enrique 1ll de Inglaterra y con el traidor conde Raimundo de Tolosa y hasta con Jaime | el Conquistador. Se riñe la batalla de Saintes, en la que colabora Teobaldo al triunfo del monarca francés (20 de julio de 1242); se fir- ma la paz de Lorris y el conde regresa a Navarra (25 de junio de 1243). Acuerda treguas con Inglaterra por su vecindad gasco- na; recibe el homenaje del vizconde de Sola, Remón Gui- llem; del de Tartax, Remón Arnalt; de Rogerio de Comin- ges, hijo del conde de Pallars y de los vecinos de Huart en la tierra de Labor o Labourdi; celebra concordia con el cabildo de Pamplona y su prior, García de Janériz: clari- nazos de victoria, galardón merecido por su gesta de cru- zado y prenda segura, al parecer, de serena prosperidad. Mas He aquí que quien por la Iglesia había desafiado a turcos y cristianos, de la Iglesia iba a recibir la más violenta repulsa: la excomunión. Teobaldo, que había conseguido al menos un sobresei- miento en su pugna jurisdiccional con los prelados de Champagne, topó en Navarra con un obispo enérgico y autoritario, no menos sensible al fuero y al patrimonio eclesiástico que los infanzones de Obanos al de su hidal- guía: Pedro Ximénez de Gazólaz, obispo de Pamplona e hijo del caballero principal don Ximénez de Gazólaz. Uno y otro, el obispo Gazólaz y el rey Teobaldo, recurren a Ino- cencio IV; y a uno y a otro procura dar alguna satisfacción; pero mientras autoriza al obispo para que proceda por vía de justicia, despide a Teobaldo con simples privilegios, como el de no poner en entredicho su condado por tér- mino de tres años, sin hacer mención del reino de Nava- rra que era entonces lo litigioso. En el pliego de cargos, fuera de algún atropello por abuso de regalías [nombramiento de algún que otro rec- tor o vicario parroquial; quebrantamiento del derecho de asilo; ejecución de un diácono sin dar cuenta al obispo), predominan las querellas por cuestiones económicas: re- tención de los bienes de Leyre contra la voluntad del abad y de sus monjes; intervención de causas pías; secues- tro de primicias por valor de 500 libras; percepción de frutos parroquiales tasados en 200 libras; incautación de algunos legados píos; conservación en su poder de tie- rras, villas y castillos indebidamente ocupados por su tío, Sancho el Fuerte, Item más se le acusaba de haber usur- pado a la iglesia de Pamplona la justicia o jurisdicción espiritual y temporal que, desde tiempo inmemorial y por derecho o cuasi derecho de dominio, venía ejerciendo so- bre la ciudad, Aunque el rey Teobaldo acusara al obispo Gazólaz ante el soberano pontífice, de excomulgado i¡pso facto por ciertas demasías y le obligara a refugiarse en Navardún como traidor al reino; y aunque contara con varios clé- rigos por asesores, como el prior de Olite, Juan García de Tarazona, y el maestro Belenguer, canónigo de Tudela, acabó por estrellarse contra la intransigencia e inflexibi- lidad del prelado pamplonés. Inocencio IV, que a lo largo de la contienda había venido concediendo plazos de gra- cia a Teobaldo, ordenó por fin a los jueces apostólicos que si no obedecía las dos sentencias interlocutorias en el tiempo fijado por ellos, renovaran el entredicho sobre todo el reino de Navarra. ¿Cómo extrañar en circunstancias tales la conclusión desengañada de una de sus últimas y más bellas cancio- nes de amor? sio Mio

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