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El conde Amaury de Monfort fue paseado en v zoso triunfo por la ciudad de El Cairo, con el caballero Felipe de Nanteuil. Del conde Bar no volvió a tenerse noticia. Aunque Teobaldo se mostró generoso con su empo- brecida mesnada y en el rescate de prisioneros, sus ene- migos se cebaron en él por mezquino y por cobarde, Pero el historiador Ximénez de Rada escribió tres años después de aquel episodio: «Allí pagó —Don Teobaldo— el regreso a los caballeros necesitados, aun a los que no habían ido a sueldo suyo, Y rescató con su dinero y con su diplo- macia a los más de los cautivados de los agarenos... y ganó muchos lugares que restituyó a poder de los cris- tianos» . Creo que en lo uno y en lo otro llevaba razón el arzo- bispo toledano, puesto que también es cierto que el reino latino de Jerusalén recuperó casi por entero sus límites históricos: Ismail entregó la Galilea, y Aiyub la ciudad de Ascalón (1240). Teobaldo visitó los Santos Lugares y reemprendió la vuelta a Europa, Algunos otros nobles, como el duque de Borgoña, continuaron por algún tiempo en la sacra em- presa, asociados al recién llegado Ricardo de Cornualles, hermano de Enrique lll de Inglaterra. El de Champagne había cumplido su voto de cruzado; quizá también su de- signio político, «Ferido de punta de ausencia» por su da- ma, tiempo era de volver a sentir —según sus trovas— la caricia de sus ojos y de sus labios: Li douz penser et li douz souvenirs me font mon cuer esprendre et chanter, había escrito bajo los muros de Ascalón. Y terminaba: Señora, a quien van mis deseos, mi saludo os mando desde este remoto mar, como a aquélla en quien todo el día pienso, sin que otro pensar logre causarme gozo. CONFLICTO DE JURISDICCIONES El 24 de junio de 1241 celebraba Luis IX corte plena- ria en Saumur, solemnidad que fue el apogeo de su juventud, Para dar cumplimiento a las cláusulas enojosas del testamento de su padre, hizo entrega a su hermano Alfonso de los condados de Poitiers y de Auvernia, des- pués de armarle caballero y de recibir de él la pleitesía de su vasallaje. Entre los 3.000 invitados a aquel parlamento y al fas- tuoso banquete con que terminó la ceremonia, figuraba, como uno de los eminentes, el rey Teobaldo de Navarra, «ataviado con túnica y manto de raso y sombrero de oro», que eclipsaba al desangelado de Luis IX, En aquella ra- diante fiesta se fraguó, por el orgullo de una mujer, una temible guerra civil. Isabel de Angulema, antaño la espo- sa de Juan Sin Tierra y a la sazón esposa de Hugo de Lusiñán, conde de La Marche, se creyó preterida en la re- cepción oficial de Saumur. Y juró vengarse, principal- mente de la reina madre, Blanca de Castilla, Alióse con ci

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