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tramarinas, que a tantos enamorados obliga a separarse. Sólo por servir a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, pudo él arrancarse de quien es toda su ventura, Por Dios y por Santa María: «Señora, de los cielos grande y poderosa reina, —en mi necesidad grande sedme auxiliadora!— Que de vuestro amor la llama en mí prenda. —Puesto que una dama perdí — otra dama sea en mi valimiento». Zarparon de Marsella, en ilustre romería de poetas (Teobaldo, Raúl de Soissons, Felipe de Nanteuil, entre otros) por el mes de agosto de 1239. Bajo la jefatura del prime- ro de ellos, por su dignidad real, se habían alistado el duque de Borgoña, los condes de Bar, de Monfort y de Vitry, el vizconde de Sola, con sus huestes respectivas y, según se dice, no menos de 400 caballeros navarros de solar conocido y de armas en blasón, Parece hicieron es- cala en Sicilia, desde donde continuaron navegando hasta San Juan de Acre. En las discusiones sobre atacar a Egip- to o dirigirse a Palestina, cuando aún navegaban; y, una vez desembarcados, entre reconstruir el castillo templario de Sefed o reparar las murallas de Ascalón, derruídas por Saladino en 1192, comenzó a resquebrajarse la disciplina. El conde Pedro de Bretaña, espoleado por la codicia del botín, y sordo a las reconvenciones de Teobaldo, se lanzó contra un convoy que se dirigía a Damasco. Regresó al campamento de los cruzados bien provisto de vituallas y de animales de carga, (camellos, bueyes, asnos, carneros). El duque de Borgoña, el conde de Bar y otros varios caballe- ros, envidiosos del éxito, decidieron ir en hueste sobre el territorio de Gaza, pródigo en pastos y en productos agríco- las y pecuarios. Cuando Teobaldo les conjuró, por amor de Jesucristo, a desistir de aquella acción temeraria y poco noble, le replicaron los condes de Bar y de Mon- fort que habían navegado hasta Siria para luchar con los infieles, Tras una marcha fatigosa, hizo un alto aquel cuer- po de ejército para reponerse y otear desde un desfila- dero el fértil campo de Gaza. «Los richoshombres manda- ron extender los manteles y se pusieron a comer el pan, las gallinas y capones y la carne asada que habían llevado consigo, sin olvidar el vino en cantimploras y barriles». En plena euforia de comensales, resonaron los lelilíes agarenos y el estruendo de sus pífanos y chirimías. El duque de Borgoña y el conde de Joppe votaron por la retirada; los condes de Bar y de Monfort, aunque sus hombres estaban hundidos en la arena hasta las rodillas y eran muy inferiores en número, pensaron que aquella era la ocasión más gloriosa de enfrentarse con el infiel, que vieran los siglos, Se decidieron por el combate y enviaron mensajeros al rey de Navarra para que acudiera en su valimiento. El choque fue brutal y desastroso, El coman- dante de Gaza diose buen arte para capturar cuantioso botín y varios ilustres prisioneros Y guarecerse tras los muros de la ciudad antes de que llegaran tropas de re- fresco cristianas. Y aun cuando varios jefes cruzados por- fiaron en perseguir a los musulmanes, prevaleció la nega- tiva de Teobaldo que, siguiendo el parecer de los exper- tos caballeros de San Juan y del Temple, no quiso expo- nerse a una catástrofe total. Los cruzados que se salvaron de ella regresaron a Ascalón, recorriendo algunas ciudades (Tolemaida, Tiro, Sidón) y mediaron ventajosamente en la disputa entre los dos sobrinos de Saladino, Aiyub, sultán de Egipto, e Ismail sultán de Damasco. cs bo

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