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tador, para una entrevista en Tudela: «...a pesar de todos los beneficios que le hemos hecho —explicaba el navarro al conde de Barcelona— este sobrino nos ha pagado siempre mal por bien; y se ha portado tan desatinadamente que ha llegado a conspirar con nuestros hombres de Navarra para destronarnos y alzarse rey. Este es ei motivo de haberos hecho venir; porque preferimos que nos suce- dáis vos en el reino...». Y en aquella entrevista —continúa la Crónica del rey don Jaime— mutuamente se prohijaron el héroe de Las Navas, que había cumplido los 78, y el futuro Conquista- dor, apuesto mancebo de apenas 25 abriles. En marzo de 1229 muere la infanta Blanca de Navarra, que si durante la infancia de su hijo supo defenderle el patrimonio, cuando llegó a la mayoría de edad tuvo la destreza de limar ciertas aristas en sus relaciones con los soberanos francés y navarro, Teobaldo, privado de tan excelente colaboradora, decide continuar en Champagne para defensa de sus dominios y quizá de sus galanterías y en espera de que el tiempo resolviera la cuestión su- cesoria en Navarra, Sancho el Fuerte falleció el 7 de abril de 1234. Los nobles, temerosos tanto de las apetencias castellanas co- mo de una absorción por el reino aragonés, enviaron sen- das embajadas: la una a Jaime el Conquistador, para que renunciara a sus derechos adoptivos, y, la otra, pre- sidida por el obispo Pedro Remírez de Piedrola, a la ciu- dad de Provins, residencia del conde Teobaldo. El momento era oportuno para unos y otros, Sobre el cielo de Champagne no parecía cernerse ave alguna de rapiña. Gregorio IX había amenazado con la excomunión a cuantos intentaran desnaturalizarse y rendir homenaje a los rivales de Teobaldo. Los mismos reyes de Francia le habían garantizado la paz, aunque con su cuenta y razón, Sin sobresalto podía emprender su jornada el here- dero al trono navarro, El 5 de mayo de 1234 hacía su entrada en Pamplona; en la. noche del 7 velaba sus ar- mas en la catedral; y el día 8 por la mañana, era ungido, coronado y elevado sobre el pavés frente al altar mayor, Teobaldo |, rey de Navarra, El rito de la unción real, nuevo en este reino, procedía de la corte francesa, no de fuero particular alguno. Cuenta el bardo Guilhem Annelier: «Hubo grandes fies- tas y regocijo, cuando el conde fue alzado por rey. Y dio a los juglares caballos y vestidos y mulas y palafre- nes y muchas copas de oro, Y reinó con equidad; amó mucho la justicia, en tal guisa que ordenó que en su reino se guardara su fuero al pobre como al rico; y fue rey tan bueno y de tales prendas, que mientras él vivió abundó la tierra en trigo y en vino y en todos los demás frutos. Era de tan risueño talante, que amor y alegría fes- tonearon su programa de gobierno», Generoso en sus laudes se mostró el trovador tolo- sano, autor del poema sobre la guerra de la Navarrería (1276-1277) y quizá mesnadero en ella. En hecho de verdad no faltaron duros perfiles. Teobaldo, rey, continuó aten- diendo su condado de Champagne, con más intereses y más apego a su tierra natal que a su patria adoptiva. Dos gobiernos, dos administraciones, distanciadas en el espacio y en su tesitura po sin otras singularidades histórico-geográficas, quizá exigieran algo más burocrá- tico que el sentir poético y andariego de la vida encarna- do en el conde.

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