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Esclavos negros cultivaban las tierras y servían al caba- llero, al cura y al sacristán. Cuarenta esclavos negros cui- daban de las chacras (haciendas) de los jesuitas en Arequi- pa y nueve esclavos negros pertenecían a la finca de San Jacinto donada por doña María de Cabero y Manrique a su esposo don Rafael de Eslava, en razón del matrimonio. A lo largo del siglo XVII, el sistema se mercantiliza, y se sustituye el permiso o licencia ocasional por un contrato o asiento. No faltaron españoles en la licitación; pero fueron portugueses primero y franceses y holandeses más tarde, quienes en competencia con los piratas ingleses activaron más resueltamente el tráfico negrero, desde Nueva Orleáns a Río de Janeiro y Río de la Plata. Por cada pieza de Indias cobraba el real erario 33 y 1/3 pesos; y por la marca, a hie- rro candente, como signo de legitimidad, desde 45 a 60 pe- sos, según se juzgase el negro o negra en categoría de mu- leque, mulecón o pieza de Indias. Los esclavos negros im- portados de contrabando estaban sujetos a decomiso en fa- vor de la real hacienda, Cuando Sebastián de Eslava pudo dedicar alguna mayor atención al gobierno interno de Nueva Granada, trató de normalizar situaciones; por no causar per- juicio, hizo publicar un bando de indulto, por el que se li- braban de multa y decomiso cuantos presentaran sus negros esclavos no marcados (15 de marzo de 1743). Nombró por jueces privativos para el indulto y marca, en la provincia de Cartagena, al consultor del Santo Oficio, don Juan Bautista de Bahamonde Taboada, auditor general de guerra y al oficial real de las cajas de Mompox, don Rafael Escobar, Se pre- senta el alférez Chamorro con una negra nombrada María Antonia, «la que vista por sus mercedes se reconoció y se halló ser de casta Congo, de edad de diez y ocho años y medida fue pieza de Indias». Contra la entrega de 60 pesos por el alférez Chamorro se le puso a la negra la marca en el pecho derecho. ¡ Muleques parece se consideran hasta los diez años; mu- lecones los de más edad hasta los 14; y piezas de Indias, hasta los 30; los más añosos se conceptúan viejos. La norma no es fija. La compra (en Senegal, isla de Gorea, Cabo Verde) se reducía normalmente a una permuta con frutos, armas, teji- dos, aperos. La venta a peso de oro y a peso de mercancías, por pre- cios que oscilaron entre los 220 y los 500 pesos, según eda- des, puertos y siglo. Carlos lll suprimió la marca (que también solía imprimir- se en la frente o en la espalda) por «opuesta a la humani- dad» y ordenó que se enviaran a las reales manos todas las carimbas. Y encareció la percepción de reales derechos por pieza, de 33 y 1/4 a 40 pesos. El negocio de los negreros debió de ser fabuloso, a juzgar por el empeño que pusieron los holandeses en arrebatarlo a los portugueses, por la diligencia que se dieron los fran- ceses para que, no bien entronizado Felipe V, les conce- diera en exclusiva dicha contrata (R. C., Barcelona 26 de marzo de 1701), y por el afán con que los ingleses, que venían practicando ese comercio en plan pirata, lo reclama- ron en Utrecht y en Madrid para su compañía del mar del sur (South Sea Company), en privilegio de monopolio. Una y otra concesiones, la del asiento y la del navío de permiso, significaron ante todo para los ingleses el perfeccionamiento del contrabando organizado; en tanto que Felipe V consideró tales favores como gracias otorgadas, con términos bien definidos, que no podían burlarse sin atentar contra su so-

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