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y en las victorias decisivas de Brihuega y Villaviciosa (7 al 10 de diciembre de 1710). En Brihuega quedó gravemente herido el capitán don Rafael; y en el asalto de Barcelona (11 de septiembre de 1714) fue su batallón el que rompió la segunda línea defensiva de los catalanes. EL ASIENTO DE NEGROS Luis XIV, que había provocado la primera gran guerra europea del siglo XVIII, fue quien se apresuró a liquidarla con sus sondeos de paz iniciados ya en 1708. El fracaso de sus armas en Malplaquet (1709) le aguijoneó el ánimo para condescender con el adversario. La negativa patriótica de Felipe V, que se siente español, a mudar su trono con el de Saboya, frena por un tiempo los impetus seniles de su abuelo, que en 1711 busca para Francia las ventajas comer- ciales que no había logrado de los holandeses. Y firma con los torys de Bolingbroke los preliminares de Londres. El crepuscular Rey Sol mantuvo la integridad de su nación, hizo algunas concesiones en sus dominios y puso en manos de Inglaterra las bazas de su preponderancia al fundir en los varios tratados de Utrecht los acuerdos de Londres. Hay quien opina que el nuevo sistema de equilibrio europeo, tan celosamente montado por los británicos, no fue tanto por afán de dominio como por el de monopolio comercial ultra- marino, lícito e ilícito (interlope), y más éste que aquél, ¿Qué podía importar a los banqueros de la city que el imperio austríaco asomara al Mar del Norte ni que al cabo de siglos recuperara el suelo napolitano? España y no Aus- tria podía estorbar desde los puertos de Flandes sus movi- mientos piráticos en el Atlántico y sus merodeos en el Me- diterráneo. Por eso aceptó sin ascos la propuesta de Luis XIV: el simple traspaso de los dominios españoles en Europa a una potencia bloqueada. Bastaba a Inglaterra la retención de plazas tan valiosas como Gibraltar y Mahón (Menorca), por si culquier malandrín intentaba trastornar el tablero euro- peo; y la garantía de un laudo real con el que encubrir sus inveteradas trapisondas de allende los mares. Y lo obtuvo sin grandes forcejeos; porque su majestad cristianísima se anticipó a su demanda: el navío de permiso y el monopolio de asiento, Por la primera concesión, podían los mercaderes ingleses despachar cada año, a las ferias de Portobelo, un barco car- gado con 500 toneladas de mercancias, con los mismos derechos y gabelas que si fuera de comerciantes españoles. Conservaron además todos los privilegios arrancados al aco- gotado Carlos ll para introducir sus tejidos en los dominios españoles, valiéndose de los galeones de éstos para el transporte. Y por el derecho de asiento consiguieron de Luis XIV, contra la limitación intimada por Felipe V, el mo- nopolio de la trata de negros, destinados a las Indias Occi- dentales, por espacio de 30 años, hasta completar un total de 144.000 «piezas de Indias». Inicióse el mercado de negros con la América española mediado el siglo XVI, aunque reducido a licencias aisladas, que fue arrancando de la turbada conciencia de nuestros católicos monarcas la rápida despoblación indígena, singu- larmente en tierras del Caribe. a Bd

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