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se levanta a unos 50 metros de la fachada parroquial (iz- quierda del espectador). Parece que éste fue el segundo matrimonio de Gaspar; el primero lo había contraído con una noble dama italiana, que murió sin descendencia. Enériz fue su retiro de la vida militar y política. Había sido nombrado gobernador de Amal- fi y de Casale y alcanzado por sus méritos personales el grado de sargento mayor. De sus cinco hijos, habidos de Ra- faela Lasaga, señora de Eguillor, el primero, Agustín, escla- reció los conventos dominicos de Santiago de Pamplona y el de Medina de Rioseco con sus virtudes y sus dotes de prior. José Fermín, el segundogénito, ciñó el fajín jesuítico; el cuarto, Francisco Martín, heredó el mayorazgo; el último, Rafael, precedió en el gobierno de Nueva Granada a su her- mano Sebastián, aunque no como virrey, sino como presi- dente, gobernador y capitán general (1733-1737). A la muerte del infortunado Carlos ll, España y sus Indias son la presa codiciada de la ambición hegemónica y de la hambruna crónica que viene corroyendo a los banqueros de Londres y de Bristol. Por una doble imprudencia de Luis XIV, al reconocer derecho de sucesión en el trono francés a su nieto Felipe V, ya entronizado como rey de España, y al oponer a Guillermo de Orange un Estuardo, designado como Jacobo !ll de Inglaterra, Holanda y Austria forman la gran alianza, a la que se fueron adhiriendo otras potencias menores; una de ellas fue Portugal, que en 1703 brindó nue- vos refugios al contrabando británico en sus puertos del Brasil y nuevas bases en la metrópoli desde las que pudiera bloquear nuestros puertos peninsulares y asaltar la flota de galeones, cuando, superada la travesía atlántica, enfilara sus proas a la dársena de Cádiz. Aquel mismo año de 1703 fue proclamado Carlos de Aus- tria rey de España en Lisboa, por los enemigos de la casa de Borbón; y la llamada guerra de sucesión española, que aesde 1701 ardía en las provincias europeas del norte, soltó un espoletazo que partió en dos la monarquía hispana: Cas- tilla, Andalucía y Navarra por Felipe V y la corona de Aragón por el archiduque austríaco. Don Sebastián de Eslava alférez del tercio de Navarra en 1702, participa en 1704, como abanderado del regimiento de guardias españolas, recién estructurado, en la conquista de las plazas de Salvatierra, Segura y Rosmarinhos y en la rendición de Castel Davide y Marsan (Portugal). Dirigía la campaña el conde de Aguilar, el mejor estratega español de su tiempo, Fueron aquellos triunfos un contrapeso, aunque leve, a las victorias aplastantes del príncipe Eugenio y del épico Marlborough (el Mambrú que se fue a la guerra) a orillas del Rhin inferior y del Danubio medio, El mismo año luchó briosamente el oficial Sebastián, a las Órdenes del marqués de Aytona, maestre de campo ge- neral y vencedor en Luzzara, por la recuperación de la plaza de Gibraltar (octubre 1704-abril de 1705), Cuando el marqués de Villadarias, jefe supremo de operaciones, tuvo noticias de que el almirante francés Poitins había sido derrotado por la escuadra del inglés Leake, frente a Marbella mandó tocar a retirada y se levantó el inútil y costoso cerco. Mientras su hermano Rafael, oficial de granaderos, lucha- ba con varia fortuna por tierras levantinas (Valencia, Carta- gena, Lérida), Sebastián de Eslava recorría con alguna ma- yor suerte campos de Extremadura y de Portugal, al ritmo estelar del duque de Berwick y del mariscal Tessé. Ambos Eslava coincidieron en las jornadas luctuosas de Almenara (27 de julio de 1709) y de Zaragoza (20 de agosto de 1710) o
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