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Don Sebastián de Eslava fue promovido, en atención a la fidelidad, entereza y valentía demostradas, a capitán ge- neral, y el comandante del San Lázaro, Carlos Desnaux, al grado de brigadier. : Carlos lll, luego de ceñir la corona de España, pareció querer igualar en los honores a los dos héroes más desta- cados en la defensa de Cartagena, al crear en honor de don Sebastián, ya difunto, el marquesado de la Real Defensa, que recayó en su sobrino Gaspar de Eslava y de Monzón (18 de marzo de 1760) y el de marqués de Ovieco, en ho- nor de Blas de Lezo, para su hijo Blas de Lezo y Cas- tro (26 de agosto de 1760), títulos ambos hereditarios, EN GUARDIA PERMANENTE Pasada la tormenta, recorrió Eslava, con el ingeniero Car- los Desnaux la ciudad, sus murallas y fortificaciones, por- que bien podía temerse otra embestida de Vernon tras el refuerzo de 4 navíos de guerra y 3.000 hombres de choque llegados de refresco. Se calcularon los destrozos de Carta- gena y su escuadra en cinco millones de doblones. Nombró gobernador interino a don Basilio de Gante, por enfermedad del titular Melchor de Navarrete, y volvió a requerir nuevas remesas de caudales y de bastimentos al virrey del Perú y a las audiencias de Santa Fe y de Quito. Medidas atinadas, porque Vernon, tras su fracasado golpe a las costas cubanas, sintió de nuevo la querencia de Cartagena. En el entretanto había llegado de la península un convoy bien abastado, al que daban escolta seis barcos de guerra, que transportaron a dos batallones del regimiento de Burgos. El virrey se había visto en la precisión de frenar el excesivo celo del oidor Silvestre García de Quesada, que, arrogándose la autoridad de gobernador de las armas, había dado en la flor de reclu- tar milicias, despachando títulos y librando comisiones; con lo que había sembrado la consternación en todo el virrei- nato, «sin exceptuar a los miserables indios». Ordenó el li- cenciamiento inmediato de todos los enrolados y la reinte- gración a la real hacienda de cuantos gastos se hubiesen hecho, así en estos caprichosos reclutamientos como en la compra de vituallas, salvo harinas y menestras; y hasta los dispendios hechos en la adquisición de pólvora, balas y en armas «se reintegrarán por el expresado ministro, como per- suadido Governador de ellas». Vernon, tras su fallido intento de desembarco en las playas meridionales de Cuba, puso proa hacia la ciudad y puerto de Cartagena, con 56 navíos, de los cuales 14 eran de línea, y tres fragatas. Probablemente esperaba una capi- tulación sin pólvora, por el solo alarde de fuerza. Pero el virrey había dispuesto otra parada militar con tal arte, que los dos oficiales ingleses enviados por el almirante temie- ron un nuevo descalabro. Y, sin disparar un cañonazo, man- dó Vernon levar anclas un 5 de abril de 1742; giró nueva visita al arrasado Portobelo, regresó a Jamaica, centro de operaciones navales y. bucaneras, y enfiló rumbo a Gran Bretaña, para descargar allí su fracaso sobre hombros me- nos encumbrados. El gobierno inglés impuso silencio, por el honor de su almirantazgo, a la ruidosa polémica que se desató entre Vernon y Wenworth. An PO NANA AAA A A ROO e A >apa me e o ra - e O
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