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El desfile de los barcos ingleses, canal afuera, duró des- de el 28 de abril al 20 de mayo, en que salieron «los navíos gruesos y 4 balandras», al mando del tercer comandante, el comodoro Lestock. Se calcularon sus pérdidas materiales en 60 millones de florines. Al despedirse, escribió Vernon a Eslava que podía contar con él, en cualquier oportunidad que se ofreciera, para res- tablecer aquella armonía que por tantos años había existido entre España e Inglaterra. El obispo Gregorio Molleda, que había sido promovido de la diócesis de Cartagena a la de Trujillo (1740) y que fue testigo presencial de toda la epopeya, escribe al virrey Esla- va desde el Real de Santa Cruz: que Dios da la victoria, como en el caso de Cartagena, a quien le es grato por su con- ducta. «Esto lo hemos visto prácticamente en V. Ex., que sin dexar de providenciar con su gran celo y valor quanto ha sido conducente a la vigorosa defensa de ella, ha deducido sus acciones debaxo de la protección divina; y assi han correspondido los sucessos más felizes, quanto se pudieran desear para honor de las Armas Catholicas y confusión de los hereges y crédito de la gran conducta de V. Ex.». Nos hubiera complacido más el prelado, criollo limeño, si hubiera dedicado una frase de elogio para el pa cam- peón en lides navales y excelente estratega en defensa por- tuaria, el teniente general de la armada, don Blas de Lezo y Olavarrieta. Sus últimas fatigosas jornadas, con algunas desa- zones como la del hundimiento de sus barcos, le fueron jugando la partida que, de frente, ante la metralla y las bom- pas, había sabido ganar siempre. Enfermo estaba por ago- tamiento cuando cayó en sus manos un Diario del sitio, que, inspirado por Eslava, había suscrito el comandante don Car- los Desnaux. Replicó el ilustre marino, un tanto despechado, con otro Diario en que acusaba al virrey de «enemigo capi- tal y de los más opuestos a la marina» y de haber falseado los hechos en tal forma que todo el honor recayera en su previsión y estrategia, aunque proclamara a la divina provi- dencia como artífice principal del triunfo. Y escribe a su destinatario, el ministro Villadarias, que pues el virrey Eslava había asumido todas las facultades, aun las de marina y co- mercio, que se le permitiera regresar a España, para que su estimación y su honra no sufrieran mengua. Mientras Blas de Lezo redactaba su versión del episodio de Cartagena, un insospechado percance intentó cebarse en su honor: luego de levantado el sitio, arribó una fragata francesa, procedente de Martinica, «con ancheta de géneros de comercio ilícito». Vernón se había hecho con el conoci- miento de embarque, en el que figuraba como principal ma- tutero el mayordomo de Blas de Lezo. Y Vernón hizo llegar aquel documento a manos de don Sebastián de Eslava. Cuan- do Blas de Lezo, que era enteramente extraño al asunto, tuvo noticia, «se puso a morir, diciendo que había perdido su crédito y el mérito que había adquirido en la defensa del puerto y libertad de la plaza; con cuyo pesar y el de no haber quedado embarcación con que dar cuenta por su parte a la corte de lo sucedido y de todos sus acaecimientos, falle- ció dentro de muy breves días» (Dionisio de Alcedo). Como si la muerte se la hubiera jugado a traición, Ni en la corte se sabía de su defunción, acaecida el 7 de septiembre de 1741, ni por fortuna llegó Blas a saber nunca de aquella real orden de 22 de octubre de 1741 en que no solamente se le reprendía por su indisciplina, sino que se le privaba de la jefatura de la comandancia y apos- tadero de Cartagena. e

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