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San Luis de Bocachica estuvieron sometidos a siete horas de bombardeo escalonado. Las baterías de tierra y las de los cuatro navíos españoles respondieron con eficacia, pese al paulatino desmoronamiento de los fortines. Por las ma- niobras que sucedieron al machacante cañoneo, pareció Tie- rra Bomba la zona probable de desembarco. Eslava, de acuer- do con el valeroso marino de Pasajes, dispuso partidas vo- lantes que, a modo de guerrillas, hostigaran a los soldados de Wenworth; estaban gobernadas por los capitanes Pedrol, antiguo miquelete y Angresote. El 24 recibió Vernon buena carga de bastimentos; y el virrey, a dos desertores isleños, que le informaron sobre las sensibles bajas enemigas, causadas unas por nuestros artilleros y provocadas otras por el despeño del cólera mor- bo y por el escorbuto o flujo de sangre. Con tan grata no- ticia fue recorriendo Eslava, aun a costa de su vida, los diversos puestos defensivos, para dar aliento a sus hom- bres, a los que halló en buena disposición «y la gente muy gustosa». El 30 de marzo dos grupos ingleses de desembarco lo- graron desartillar, a costa de 200 muertos, las baterías del varadero, franqueando el paso a ulteriores avances. En un informe sereno de Eslava al ministro de estado, Villadarias, se abría un interrogante, no desmesurado, sobre el resul- tado final. Advertía que comenzaba a sentirse la falta de vituallas, pues hasta la abundante provisión de carne salada se estaba malogrando, pese a que él mismo había dado lecciones prácticas de salazón al modo europeo. La provin- cia apenas producía maíz para sus cultivadores; y de los fértiles valles del Sinú, estaban cortados los suministros por no quedar otro camino que el del mar, bloqueado. En repetidos oficios a los oidores de la real audiencia fue reclamando la remesa de caudales, «sin exceptuar pri- vilegiados e incluyendo los expolios de los últimos arzobis- pos fallecidos, mediante. la real facultad que se me ha con- cedido de valerme generalmente de quanto pudiese apron- tar, tomándolo con la devida justificación que corresponde a su futuro reemplazo». No debían extrañar los magistrados de Santa Fe su en- fadosa insistencia, puesto que «solamente la escuadra del Tte. General don Rodrigo de Torres consume en su manu- tención cada mes, más de sesenta mil pesos, a los que puede ser que equivalgan los demás gastos de carenas, tropa, batallón y hospital, con otros adherentes, que es pre- ciso subvenir» (Eslava a la real audiencia). Comisionó al oidor Silvestre García de Quesada la ex- pedición a Cartagena de 550 cargas mensuales de harina en flor, para el pan de munición o bizcocho. Del suministro de carne se hicieron cargo el propio vi- rrey, el cabildo o municipio de Cartagena y los oidores de Santa Fe. El ganadero Madariaga mostróse tan patriótica- mente generoso que llegó a vender, para el consumo de la guarnición y de los paisanos, «vacas de vientre, que algu- nas parieron en el matadero». Los magistrados santafereños prefirieron acomodarse con los mejores y más solventes proveedores, los padres jesuitas, que mantenían un potrero de más de 3.000 cabezas de ganado mayor, en las inme- diaciones de Bogotá. Como los arrieros rehuían el transporte de Bogotá a Honda, porque en aquellas despeñadas trochas se les des- graciaban las bestias, Eslava dio orden al comisario Que- sada de reparar los caminos hasta donde se extendieran los términos de Santa Fe; y que, con destino a las obras de ca YY cs

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