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de la intendencia: morían los tripulantes de escorbuto, a causa de la escasez y malas condiciones de los víveres. Ni el marqués de Villadarias ni el de Torrenueva valían lo que el malogrado secretario (o ministro) de marina e Indias, José Patiño. Antes de desembarcar, recibió Sebastián los primeros homenajes de las autoridades de Cartagena. El 24 de abril tomó tierra, juró los cargos de virrey, gobernador y capitán general del Nuevo Reino de Granada y delegó en su pre- decesor, Francisco González Manrique, la toma de posesión de presidente en la real audiencia de Santa Fe. La ciudad de Cartagena quiso mostrarse espléndida con su nuevo gobernante. Hubo de improvisar palacio virreinal, para cuyo aderezo gastó 437 pesos en 12 cortinas de tafetán carmesí, 3 tapetes de Berbería para la tarima del sitial, 2 carpetas para el escritorio de S.E., una cartera de da- masco, guarnecida de oro «para que firme su Excia.», 24 libras de bujías, 17 docenas de vajilla de loza neogranadi- na, dos docenas de platos finos y siete jarros de Natá. Durante los cuatro días que duraron los festejos hubo generoso reparto de dulces y refrescos y tres banquetes oficiales, en que se gastaron 1.743 pesos en patos, pavos, pollos, gallinas, lechoncitos, lomos, molledos y su corres- pondiente agasajo. Hubo luminarias durante 3 noches en que ardieron 18 hachones desde la fachada del palacio virreinal. Todavía humeantes los últimos pábilos del recibimiento, tuvo que enfrentarse S.E. con los problemas agudizados que denunciara Blas de Lezo; porque durante la travesía España- Nueva Granada, Vernon no solamente había arrasado Porto- belo, sino que por dos veces (6 y 9 de marzo de 1740) se había entretenido en bombardear la ciudad de Cartagena; y en el puesto aduanero de Chagres se había apoderado de un botín valorado en 350.000 pesos. Lezo había tenido que descargar en tierra la artillería, pólvora, municiones y dotación de sus navíos de guerra, por- que sin ello «bastarían dos fragatas de 50 cañones para ren- dir la plaza» (Blas de Lezo a la corte). Y Gran Bretaña, con el propósito atornillado de garantizar por siempre su libre tráfico con las Indias Occidentales y de aniquilar por entero el comercio de España con sus colo- nias, destacó a la isla de Jamaica, base de operaciones del almirante Vernon (almirante, desde su acción de Portobelo), otra poderosa escuadra, compuesta de 27 navíos de guerra y muchos transportes, al mando del comandante sir Chalo- ner Ogle. Y con el mismo designio de eliminar el monopolio comercial mantenido por España con aquel continente desde su descubrimiento, confió al comodoro Jorge Anson, el aven- turero audaz, la empresa pirata del mar del sur y la estran- gulación del imperio antillano peruano por el cuello de Pa- namá, en operación conjunta con Vernon. La mar tempestuosa de la Tierra de Fuego redujo sus efectivos al buque insignia Centurión, con el que batió hasta su ruina el puerto y ciudad de Paita y apresó la nao Aca- pulco Nuestra Señora de Covadonga, cuyo valiosísimo car- gamento obsequió al rey Jorge ll. Elogió don Sebastián de Eslava la obra realizada por Lezo y Navarrete; y con su asesoramiento continuó la tarea defensiva del puerto y ciudad de Cartagena. A falta de muro de mampostería entre los baluartes de Santa Clara y Santa Catalina, mandó clavar una recia estacada, como solución de emergencia; hizo reparar estos castillos y los de San Sebastián, San José y Santa Cruz y rematar la cortina des- 7

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