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pluma, porque en el sitio de Barcelona (1714) había perdido el brazo derecho. Por sus hazañas en Vélez Málaga fue ascendido a teniente de navío; por su victoria de Tolón a capitán de fragata; y por sus heroicidades ante Barcelona, a capitán de navío. Armado en corso, persiguió el contraban- do por las costas del mar del sur con tan buena fortuna, que Felipe V en persona le dispensó grato recibimiento en Sevilla. Como jefe de escuadra del Mediterráneo obligó a los genoveses a saludar la bandera de su barco insignia con las salvas de ordenanza y a entregar los dos millones de pesos que tenían en depósito; y al frente de las mismas unidades tomó parte en la conquista de Orán (1732) y ganó el ascenso a teniente general de la real armada. En vísperas de la declaración de guerra por la Gran Bre- taña, partió don Blas de Lezo rumbo al Caribe, con los na- víos de guerra Conquistador, nave capitana, Fuerte, Africa, Europa, Dragón y Galicia, que era el buque insignia; con- voyaba 8 mercantes y dos navíos de registro. Llegó a su destino, Cartagena, el 11 de marzo. Pocos meses después, el 4 de agosto de 1739, zarpaban de Porstmouth nueve barcos de guerra, armados con 550 ca- ñones y dotados de 3.700 combatientes, más numerosas uni- dades de transporte, al mando del almirante Eduard Ver- non, quien, luego de entrar en el Caribe intentó probar for- tuna con un ataque imprevisto a la Guayra. Sus defensores (veteranos y de milicias) le obligaron a retirarse, amosta- zado por las pérdidas inesperadas en hombres y en material. En Jamaica reparó averías. Don Blas de Lezo, como gobernador de la comandancia y apostadero de Cartagena, comunicó a la corte la azarosa si- tuación del puerto y plaza, no bien amurallada, mal guarne- cida y sin apenas pertrechos; pidió las más urgentes aten- ciones de intendencia y el envío inmediato de una escuadra que, con la francesa, pudiera oponerse a los intentos del co- modoro Brown, que merodeaba por aquellas aguas. Y con la colaboración sucesiva de los gobernadores don Pedro Fi- dalgo (muerto en febrero de 1740) y don Melchor de Nava- rrete, se entregó a la reparación de castillos y fortines, a reforzar las guarniciones y distribuir estratégicamente los seis barcos de su mando; hizo asegurar con gruesas cade- nas el cañón mayor, cruzó con otras el canal de Bocachica y obligó a los hacendados a internar sus vacadas. Cartagena estaba defendida por 33 fuertes y castillos, con 425 cañones de diversos calibres y un valladar de 5 a 12 metros de altura por 2 a 25 de espesor. Una vez reparadas las averías, enfiló Vernón con su escuadra hacia Portobelo, emporio famoso por sus ferias de galeones y fácil presa por lo desguarnecido: sus fuertes, casi desmantelados, databan del siglo XVI, época de la fun- dación de la ciudad; y su población, atacada por el vómito negro, apenas si sumaba unos mil habitantes. Dirigió el ataque el comodoro Brown, a vista del vicealmirante Vernon, que observaba las operaciones desde el navío Burford, A los 400 cañonazos se rindió el fortín Todo-Fierro; y tras él, pre- vio martilleo por la artillería de los barcos Hampton Court, Worcester y Norwick, la plaza entera, en la que apenas ha- llaron contendientes. Vernon disponía de 4.000 hombres de desembarco. Duró el ataque desde el 21 al 27 de noviembre de 1739. Al comunicar Vernon a don Blas de Lezo el triunfo de sus naves, le encarecía el buen trato dado a los prisio- neros españoles, sin exceptuar al capitán Polanco, que tan vil e indigno se había mostrado con los ingleses; y le pedía igual trato con los factores de la compañía del mar del sur, Pa, AN

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