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de las costas- británicas el peligro de la anarquía gala, renunció a cualquier imposición de forma de gobierno. En lo cual obró ativadamente, ún el abate Muriel. Lán- gara; por el contrario, posa os ol al sentir de la ma- yoría de los habitantes de Toulon, trató de entronizar en las ciudades rebeldes al que titularon Luis XVII, Esta dis- paridad de criterios, la arrogancia con que los ingleses desdeñaban a los españoles y la falta de un mando único, fueron bastante para que, tras la cortina de las discusio- nes, pudiera un buen día sorprenderles el oficial Bonaparte con la eficacia de sus cañones, que aislaron la rada y el núcleo de población, estrecharon el cerco en torno a las tropas auxiliares y las pusieron a riesgo de volar por los aires con sus fortines y castilletes. En la noche del 16 al 17 de diciembre, de 1793, aban- donaron 5.000 ingleses, ante el asalto de los revoluciona- rios, el islote rocoso y bien murado de Aiguillete y los de Balaguer y Faraon, Y decidieron, a espaldas de los tolo- neses y de los españoles, reembarcar y hacerse a la vela. Fue tan' repentina su retirada que a punto estuvieron de perecer cañoneados los 2.000 infantes españoles atrinche- rados tras las escarpas y revellines. «Dejadas en descu- bierto las alturas que dominaban la Malga —comenta el duque de Alcudia— nuestras tropas las guarnecieron con sus pechos y sus armas. La indignación castellana resol. vió darles una lección de fortaleza y les concedió —a los ingleses— que formasen la vanguardia para el embarque... y la España formó su gente a retaguardia: la postrera , dejó el puerto, paso a paso, sin confusión, sin aban- onar ni un soldado ni un enfermo ni un herido ni ningún desgraciado. Córdoba y Mallorca —a las órdenes de Men- dinueta— fueron los postreros regimientos que se em- barcaron». El historiador Thiers culpa al almirante Hood del in- cendio del muelle y embarcaciones (unas 55 entre navíos de línea y pataches) de Toulon. «Ver a Tolón, decía Lán- gara, fue ver a Troya», por las ingentes llamaradas de aquel holocausto naval. Y continúa el mismo historiador: «Sin la generosidad humanitaria del teniente general Lán- gara, que lanzó al agua todos los salvavidas disponibles, para izar a bordo a tantas gentes que, aterradas por el avance republicano se habían lanzado al agua, y sin la serenidad de la infantería española que mantuvo enhiesta la bandera sobre el fuerte de San Agustín durante todo el 18 de diciembre, pudo haber culminado un gesto de buena voluntad en la más calamitosa desventura. El almi- rante Hood hubo de aplazar su salida, para colaborar en aquella labor de salvamento de «náufragos. El ejército republicano entró en Toulón el 19 de diciembre «y cometió en esta ciudad las mismas atrocidades que en la ciudad de Lyon y en la Vendée». Lángara puso rumbo a Cartagena, con escala en Ma- lorca, en donde desembarcó a varios miles de toloneses que le debían la vida. Gravina, herido en una pierna, as- cendió por sus proezas en aquella acción a general de escuadra y regresó a su guardia gibraltareña. Mendinueta tomó parte en la segunda campaña del Rosellón, que, pese a ciertos reveses, se estaba resolviendo en marcha triun- fal cuando inesperadamente firmó España con la república francesa el discutido tratado de Basilea (22 de julio de 1795). Godoy, después de evocar la memoria de tan presti- giosos militares como le secundaron en aquella hora, concluye: «La historia militar de aquella época, de la boca ls

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