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Ignacio de Alava, el marqués de las Amarillas, el duque de Granada y, entre los primeros, aunque lo mencionemos el último, don Pedro Mendinueta, teniente general de los rea- les ejércitos. Cierto que el documento precedente no es tan perento- rio ni tan derrotista como el que los vocales de Bayona dirigieron al pueblo español: «No os lisonjeéis con la idea de poder obtener sucesos en esta lid... al fin socumbiréis y todo será perdido». Pero expresaba con claridad meridia- na que por entonces toda resistencia armada equivalía a un suicidio. El día 4 de junio nombró Napoleón por rey de España a su hermano José, que lo era de Nápoles. El día 7, le rin- dieron homenaje en Bayona las diputaciones del reino, pre- sentadas por don Miguel José Azanza: la de la nobleza, la del consejo de Castilla, las de la Inquisición, Indias y Ha- cienda y la del ejército, presidida por el duque del Parque. Don Pedro Mendinueta y Múzquiz, que desde 1807 era consejero permanente del supremo de guerra y honorario del de estado, no había querido desplazarse a Bayona, pese a su fidelidad dinástica. Prefirió esperar los acontecimien- tos. Y cuando el rey intruso se presentó en Madrid (20 de julio de 1808) con la mejor voluntad de gobierno y con va- rios amigos de Mendinueta en su gabinete (Azanza, Piñue- la, O'Farril, Mazarredo), el hidalgo baztanés correspondió al saludo, pero le negó el juramento de fidelidad. Toda por- fía fue inútil. Arrestado, fue conducido a Francia como pri- sionero de guerra, sometido a malos tratos y privaciones y, devuelto por fin a España, al terminarse la contienda, sin el menor quebranto de su fidelidad borbónica. Fernando Vil le nombró decano del supremo consejo de guerra por real cédula de 31 de agosto de 1814; se man- tuvo en dicho cargo hasta su extinción el 14 de marzo de 1820 (etapa constitucional de Riego y Quiroga), en que ob- tuvo el decanato del tribunal especial de guerra y marina. El propio monarca le condecoraba, por su real cédula de 2 de marzo de 1816, con la gran cruz y banda de la orden de San Hermenegildo (creada el 28 de noviembre de 1814), «por pertenecer a la distinguida y benemérita clase de Ge- nerales y tener cumplidos los cuarenta años de servicio ac- tivo en la clase de oficial, prefijados para observarlo en el art. 7. del mismo reglamento». Y unos meses más tarde, el 14 de octubre del año 1816, era promovido don Pedro Mendinueta y Múzquiz al grado de capitán e de los reales ejércitos, con sueldo de 12.000 escudos de vellón al año, «siempre que estubiereis empleado en calidad de Capitán General de mis Extos., aunque por ahora sólo [hayáis de] disfrutar el sueldo que os ><. miga por vuestro actual empleo de Teniente Ge- neral». Más por edad que por fidelidad dinástica, aunque fuera ésta inquebrantable, pudo Mendinueta vivir marginado de aquellas turbulencias políticas y militares que se suceden desde la sublevación en Cabezas de San Juan al triunfo de los Cien Mil Hijos de San Luis en el Trocadero de Cádiz. Murió en la noche del 16 de febrero de 1825 a sus 89 de edad. Veló su cadáver, hasta la sepultura, un piquete de alabarderos; y se le rindieron honores, según ritual con- A por real orden, de capitán general con mando en plaza

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