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rán pagarles el arrendamiento. Esas comunidades de blan- cos —advierte Mendinueta a su sucesor— habrán de ser el mejor auxiliar del misionero. Y «con la suavidad del ejem- plo y el atractivo del agasajo, se proporcionará a los indios algún comercio y comunicación con gentes civilizadas... y se adelantará mucho por este medio, ya sea que obre con los indios el poderoso aliciente de la propia comodidad o el espíritu de imitación... Se habrá perfeccionado la obra im- portante de la religión en todo el virreinato y se facilitará el tráfico de unas provincias a otras, cesancdo el peligro de atravesar por medio de indios bárbaros...». La prosperidad de todo el virreinato no dependía solamen- te de la progresiva incorporación de la población indígena a las formas y usos de la cultura occidental. Tan urgente y apremiante restallaba la necesidad de modernizar los esti- los del pensar y del obrar en las mismas gentes que se pre- ciaban de civilizadas. Por iniciaitva del virrey Guirior se había encomendado al fiscal don Antonio Moreno y Escandón la elaboración de un plan de estudios superiores, al modo de los de Salaman- ca y Alcalá; plan que se ensayó provechosamente en los colegios mayores de San Bartolomé y del Rosario; en aquél se educó el general Santander, y en éste, tan vinculado a la memoria y cátedra de don Celestino Mutis, brilló entre sus discípulos el colombiano don José Caldas. Como al consejo de Indias no gustó la obra de Escan- dón, los sucesores del virrey Guirior no cejaron en sus afa- nes por emular los mejores planes de estudios de la metró- poli, El arzobispo virrey, Caballero y Góngora, propuso que las disciplinas tradicionales de prima y vísperas, que versa- ban sobre filosofía, teología, latín y derecho, debían com- pletarse con las de botánica, mineralogía y química y con prácticas de disección, «Porque un reino lleno de produc- ciones que utilizar —comenta dicho virrey— de montes que allanar, de caminos que abrir, de pantanos y minas que se- car, de aguas que dirigir, de metales que depurar, cierta- mente que necesita más de sujetos que sepan conocer y observar la naturaleza y manejar el cálculo, el compás y la regla, que de quienes entiendan y crean el ente de razón, la primera materia y la forma substancial». Esto escribe un arzobispo del siglo XVIIl, español por más oscurantismo. Por una real orden se nombró catedrático de medicina, al que ya lo era de matemáticas, al insigne protomédico, físico, matemático, botánico, astrónomo y geólogo, el gaditano don José Celestino y Mutis (1801). Y por otra cédula real, que pareció acomodarse a las insinuaciones de Mendinueta y de sus predecesores, se erigieron aquel mismo año, como fa- cultades independientes, las de medicina y cirugía. Los ciru- janos deberían cursar estudios semejantes a los de los mé- dicos y asistir durante tres años a las operaciones en los hospitales. Los estudios de medicina, organizados por el agustino P. Miguel de Isla, se cursaban en cinco años de estudio y se completaban con otro de prácticas en un hos- pital. Constaban de estudios de física y anatomía; de fisiolo- gía, patología y terapéutica; de la obra de Hipócrates y de observaciones sobre el influjo del medio ambiente y del clima en las enfermedades; de química, botánica, farmaco- pea. Señaláronse libros de texto, escogidos entre los - más E e autores franceses, alemanes, españoles o in- gleses. Decididamente aquel año de 1801 la diosa Palas había marcado con su lanza la frente de Mendinueta. Además de los referidos avances en el campo universitario, hizo Mendi-

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