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guel Rivas, y al justicia mayor, don José Antonio de Ugarte; y puso a sus órdenes los médicos y comisarios de barrio y cuantos fondos de propios y de lotería estuvieran dispo- nibles. Y como éstos se reputaran insuficientes, convocó a la junta superior de real hacienda; y de acuerdo con ella, se destinaron a la misma campaña, en calidad de reintegrables, otros bienes vacantes. Publicó además un bando por el que se prohibía el alza de precios en los artículos destinados a la asistencia de los enfermos y por el que se prescribían otras normas de sanidad e higiene: regulación del servicio de médicos y sangradores, recogida de basuras y limpieza de desagúes, prohibición de enterrar en la iglesia a las víctimas de la viruela, separación en sendos hospitales de inoculados y de apestados, acomodación de tres nuevos hos- pitales, etc. Con el virrey colaboraron ahincadamente las otras fuer- zas vivas a sus órdenes y los eclesiásticos. Y con tal éxito que el pueblo dio a Mendinueta el calificativo de bienhechor de la humanidad. A tenor de los informes que se presentaron al gobierno, el número de hospitalizados hasta el 5 de agosto de 1802, había sido de 814 virolentos, de los cuales sanaron 701. En 710 casos las viruelas procedían de contagio; en 94, de inoculación preventiva, De los primeros murieron 111 y de los últimos solamente uno. Fuera de los hospitales fallecieron en Santa Fe 217 per- sonas. Los gastos ascendieron a 6.000 pesos. Bien pudo con- siderarse éxito rotundo el que consiguió Mendinueta con sus desvelos. No fue en cambio tan indiscutible para los recal- citrantes cabildeños de Santa Fe, que acusaron al virrey de abuso en sus atribuciones al echar mano de los fondos mu- nicipales, cuyas rentas anuales apenas montaban 6.000 pe- sos y que estaban empeñados en 16.000. Replicó Mendinue- ta que no entendía aquellos sus escrúpulos en disponer de bienes públicos en favor del público mismo en circunstan- cias tan apremiantes, en tanto que no sentían empacho en atentar contra las rentas eclesiásticas. Y que no se expli- caba por qué no habían aumentado en diez años sus re- cursos, cuando los ramos que los causaban, como el arren- damiento de los ejidos habían encarecido tanto. Presentadas en consejo de Indias las alegaciones de uno y de otros, dióse la razón al virrey por la rectitud con que había procedido y por su celo del mejor servicio. PROMOCION CULTURAL Dejamos ya indicado cuánto preocupó a Mendinueta la conversión y civilización de las tribus indias. A ejemplo de lo practicado por los jesuitas antes de su expulsión, propo- nía como los medios más eficaces para revitalizar la obra misional, el establecimiento de colegios en los parajes de escala o de entrada a las tierras de misión y la sustitución de las escoltas de vigilancia, encargadas de evitar las fu- gas de los indios, por núcleos avanzados de población de españoles (europeos o americanos) provistos de algunas armas para repeler los asaltos y del bagaje corre ¡ente a gentes civilizadas. Cuando por la ocupación de tierras E diera presumirse que causaban perjuicio a los nativos, ns

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