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Entre tanto se destacaba desde España la expedición filan- trópica de la vacuna, «una de las cruzadas más hermosas que ha visto la Humanidad», en frase de Lastres, historiador de la medicina en Perú. Al frente de ella, el insigne inves- tigador y catedrático de medicina, el alicantino Francisco Javier de Balmis. Es la expedición que enalteció Quintana en su oda altisonante, Virgen del mundo, América inocente... De mo fue avanzando el contagio hasta las proxi- midades Santa Fe. Mendinueta convocó al cabildo secular o ayuntamiento de la capital para aquella emergencia, Res- pondieron los cabildeños que se crease una junta de salud pública; que se abriesen cinco o seis hospitales en los ba- rrios extremos para atender a los pobres, por ser insufi- ciente el de San Juan de Dios; y que, pues las rentas mu- nicipales estaban empeñadas, se recurriese a los diezmos, al indulto de cruzada, al ramo de vacantes y a las mismas rentas de la mitra y del cabildo catedral. Opinaba el virrey que los bienes públicos, como eran los del municipio, debían destinarse al provecho público; y en consecuencia intimó, por nuevo oficio, a las autoridades lo- cales, a que subordinaran cualquier otro fin al de la salud de sus conciudadanos. Por aquel entonces Santa Fe, con sus 30.000 habitantes, estaba reclamando drásticas medidas pro- filácticas. Mediante nuevo oficio, de 12 de septiembre de 1801, requirió Mendinueta al cabildo para que se informase sobre el número de pobres contagiados y contagiables y sobre el costo para atenderlos con eficacia; y para que, acompañados de dos médicos, fueran a reconocer las salas del hospital de San Juan de Dios; y reconocida su capaci- dad, determinaran cuántas casas deberían habilitarse para el mismo menester; y que se pusieran de acuerdo con el prior de aquel hospicio para aplicar algunas de sus rentas a los nuevos centros sanitarios; y que no se mostraran re- molones en destinar las rentas de propios a la campaña antivariólica. Propuso además que se promoviera una sus- cripción voluntaria y que se engrosaran los recursos con los de la lotería. Merced al rápido aislamiento de los enfermos, desde sus primeros síntomas, pudo conjurarse el primer embate y la primera alarma de la población. Pero en junio de 1802 lle- garon noticias de nuevos brotes en uno de los barrios ex- tremos, Según los informes médicos, el contagio debía te- nerse por inevitable, Y, según los regidores de la villa, las rentas del cabildo por intocables, dados los muchos empe- ños a que se hallaban destinadas. Ellos habían indicado al virrey a dónde podía recurrirse. Respondió Mendinueta que los atacados de viruela no eran más que seis en los barrios de la capital y dos en el hospital; que se confinara a todos ellos en dicho estable- cimiento de San Juan de Dios; y que regidores y comisarios extremaran las cautelas y vigilancia para denunciar cualquier nuevo caso. Cuando el contagiado fuera persona pudiente, que se le redujera a su propio domicilio, so pena de graves multas si se comunicaba con el exterior, Reiteró la orden de suspender cualquier pago de las rentas del común, para destinarlas únicamente a los pobres apestados. Pero los cabildeños se inhibieron de cuanto se relacionara con el capítulo de gastos por atenciones sanitarias. No quedó a Mendinueta otra alternativa que intervenir directamente en aquel asunto que, por su crecimiento galo- pante, amenazaba convertirse en calamidad pública. Nombró por sus comisionados, para la erección o instauración de hospitales eventuales, al alcalde de segundo voto don Mi- de E as
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