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realizados todos los pagos administrativos, dejó aún un re- manente de 2.000.000 de pesos. «Y en qué circunstancias» —pondera Mendinueta—. Cuando, en guerra con los ingleses, no llegaban de la metrópoli auxilios ni remesas de pertrechos y bastimentos y fue preciso sufragar todo con los recursos coloniales: fortificaciones, artillería, milicias, dotación de la tropa...». SENTIDO SOCIAL El virrey Mendinueta, no por mera filantropía, sino por su formación religiosa cristiana, mostró singular atención a los desheredados: la población indiana, el trabajador manual, el mendigo, el candidato a los hospitales. No halló justifi- cado, ni por socorrer a la metrópoli, que se rebajara el suel- do a los recaudadores de las rentas reales, aparte de que no era éste el medio más apto para dar con sujetos hábiles y fieles en el desempeño de su oficio. Opinaba Mendinueta que la mendicidad, plaga de aquellos reinos, constituía una enfermedad física, política y moral y que derivaba en la espontánea desaplicación al trabajo. Pero semejante inhibición, salvo casos fortuitos, debíase a la falta de educación de las gentes; a que los jueces subalter- nos descuidaban arrestar a los vagos; y a «la falta de un sa con que atrer al trabajo esos brazos que al fin debilita y consume la ociosidad». «El aumento de salario o de jornal a los trabajadores se- ría un poderoso aliciente para sacar de la inercia a los ociosos. El interés de una ganancia o utilidad regular, los pondrán en actividad; y no sé yo que haya otro resorte ni medida para facilitar los trabajos penosos y a que se sujeta el hombre lleno de un conato a satisfacer sus necesidades a toda costa», Con un formidable sentido universalista responde Mendi- nueta a los que intentan diferenciar la conducta humana por su raza, clima y temperamento. «Los hombres, una vez re- ducidos, son unos mismos en todas partes». A todos los pueblos, aun a los que se llaman no civilizados, son comu- nes ciertas apetencias, como el sustento, el vestido, la vi- vienda, «un desahogo o distracción, alguna superfluidad o vicio». Y todos se afanan, más o menos, por alcanzar esas comodidades; y por ellas, cuando no por amor, se sujetan todos a la ley del trabajo. «Pero cuando el trabajo es grande y rudo y se paga mal y escasamente, desfallece la aplicación. La falta de remu- neración es un agravio que el jornalero recibe del más pu- diente que le emplea y le solicita y se venga de éste rehu- sando contribuir a sus ganancias». Si el jornal es menguado, el rendimiento del trabajador es también pobre. Pero en el mercado laboral, o ha de sujetarse el débil a las exigencias del más fuerte (fatal competencia entre la oferta y la de- manda) o ha de renunciar aquél «a vender su industria, sus fuerzas o su inteligencia, por menos precio» y terminar co- mo víctima en el vicio y en la mendicidad. Concluye el virrey su razonamiento con unas palabras de regusto profético: «Esta es una injusticia que no puede durar mucho tiempo; y sin introducirme a calcular probabilidades, me parece que llegará el día en que los jornaleros impongan y

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